Muchas veces se
afirma que los establecimientos formadores de docentes son “de bajo impacto”,
que el enseñante realmente se constituye como tal, en las escuelas donde
trabaja ¿Qué grado de verdad tiene la afirmación? En caso positivo ¿Cuáles son
las razones? Lo concreto es que este momento histórico tiene fuertes reclamos
hacia los docentes ¿La formación inicial los prepara? ¿Son preparados para
trabajar en forma colectiva, con otros colegas? ¿Para tratar con las familias? ¿Para
desempeñarse en contextos “difíciles”? ¿Para actuar profesionalmente? Los
siguientes párrafos tratan la problemática.
En esta fase, los diagnósticos indican que el
problema más significativo es la enorme separación que existe entre la
formación recibida y las exigencias de un desempeño eficaz e innovador. Los
programas de formación docente inicial suelen estar muy alejados de los
problemas reales que un educador debe resolver en su trabajo, particularmente
de los problemas que plantea el desempeño con alumnos socialmente
desfavorecidos: clases multigrado, clases multiculturales, desempeño en zonas
marginales, aprendizaje de la lectoescritura y el cálculo, resolución de
conflictos, etc. Las modalidades pedagógicas utilizadas en la formación inicial
de los docentes tampoco suelen aplicar los principios que se supone que el
docente debe utilizar en su trabajo; se otorga más importancia a las
modalidades puramente académicas de formación que a la observación y a las
prácticas innovadoras; se otorga prioridad a la formación individual y no al
trabajo en equipo, a los aspectos puramente cognitivos y no a los aspectos
afectivos. Algunas investigaciones sobre la “práctica de la enseñanza” en la formación
inicial, ponen de manifiesto que esta experiencia curricular permite, el aprendizaje
de los aspectos más rutinarios y tradicionales vigentes en las escuelas y no de
las modalidades profesionalmente más innovadoras.
La recomendación habitual efectuada hace ya varias
décadas fue la de elevar la formación inicial de los docentes del nivel
secundario al nivel superior y numerosos países crearon universidades
pedagógicas o institutos post - secundarios de formación docente. Si bien esta medida
favorece la profesionalización de los maestros, la experiencia ha mostrado que
no es de ninguna manera suficiente. El mero aumento de años de estudio para la
formación docente no provoca un aumento de la calidad de su formación
profesional. En varios casos, el pasaje de la formación desde la tradicional
escuela normal de nivel medio a la enseñanza superior provocó una pérdida de
especificidad desde el punto de vista de la formación pedagógica. La ampliación
de saberes en los procesos de formación docente parece estar destinada a
incorporar elementos tales como el diseño curricular, la sociología, la
política de la educación, teorías de la evaluación, técnicas de investigación,
etc., muchos de los cuales están fuera del control de los profesionales que los
dominan. Este aumento, además, se ha efectuado en muchos casos en desmedro del
dominio de los saberes que permiten al docente un desempeño más profesional en
la sala de clase y en la institución escolar. Así, por ejemplo, encuestas
realizadas en países desarrollados indican que un porcentaje importante de los
nuevos profesores y maestros consideran que no están bien preparados para la
enseñanza de la lectura o para el desempeño en áreas marginales. Tampoco están
satisfechos con la formación otorgada por las universidades o los institutos
superiores del formación docente y consideran, en cambio, más favorablemente la
formación proporcionada por personas que provienen de los propios
establecimientos escolares.
Esta disociación entre la formación inicial y las
exigencias para el desempeño es una de las características más típicas de la actividad
docente. Probablemente no exista ninguna otra profesión con estos niveles tan
elevados de separación. Las causas de este fenómeno son diversas, pero existen
al menos tres que es preciso mencionar. La primera es la autonomía considerable
que existe entre las instituciones responsables de la formación de los docentes
y las instituciones que definen las orientaciones pedagógicas de las escuelas.
La segunda, relacionada con la anterior, es que las teorías pedagógicas más
innovadoras y que dominan la formación inicial de los docentes suelen ser
teorías que tienen su fundamento en la crítica a las prácticas pedagógicas
vigentes en las escuelas. La docencia es, paradójicamente, una profesión donde
las personas se forman con teorías que critican la práctica que el profesional
debe ejercer. Este fenómeno debería ser analizado con atención. La crítica a
las prácticas pedagógicas habituales en las escuelas es importante y necesaria.
Pero si la crítica no se acompaña de la elaboración de alternativas, pierde efectividad
y deja a los educadores que desean transformar la educación sin instrumentos
adecuados de acción. El tercer aspecto a mencionar se refiere al bajo nivel de
responsabilidad por los resultados que caracteriza a los modelos de gestión de muchos
sistemas educativos. Los resultados de aprendizaje de los alumnos - indicador
más importante del nivel de formación de los docentes - no tienen incidencia en
la carrera docente, lo cual contribuye a disociar aun más la formación docente
de las exigencias para el desempeño.
Promover mayor articulación entre formación inicial y
desempeño no significa, en consecuencia, ajustar la formación a un estilo de
funcionamiento que debe ser modificado. El desafío consiste, precisamente, en
superar la disociación en el marco de un proceso de transformación destinado a
introducir mayor dinamismo y mejores resultados de aprendizaje.
En este contexto, algunos de los debates más
recurrentes sobre la formación inicial de los docentes tienden a adquirir un
significado diferente al tradicional. El análisis de la información disponible
sobre formación docente pone de relieve la existencia de una serie de
dicotomías que han jugado un papel importante en los debates y en las
decisiones adoptadas en este campo.
La primera de estas dicotomías es la que se refiere a la
formación científica versus la formación pedagógica. Es obvio que un dominio
satisfactorio de la materia a enseñar es una condición necesaria para una
enseñanza eficaz, de la misma manera que lo es un dominio satisfactorio de
diversas estrategias pedagógicas, que permitan satisfacer las necesidades de
una población escolar cada vez más diferenciada. Pero si esta discusión se
coloca en el marco del objetivo de aprender a aprender, buena parte de
la discusión tradicional cambia de sentido, ya que el dominio que el docente
debe tener de su disciplina se refiere a la capacidad de transmitir no sólo las
informaciones sino los procesos cognitivos que exige cada disciplina. Es aquí
donde el papel del docente como guía y modelo del proceso de aprendizaje
adquiere su máxima importancia y donde es posible articular la formación
pedagógica con la formación científica. Esta formación es la condición
necesaria para que el propio docente tenga las capacidades que le permitan
aprender a lo largo de toda la vida y sea capaz de transmitir esa capacidad a
los alumnos.
La segunda dicotomía tradicional es la que se
estableció entre formación de competencias técnicas (sean científicas o pedagógicas)
o el desarrollo de determinadas características de personalidad. Los procesos
de transformación educativa permiten articular ambos elementos, en la medida
que las características de personalidad comienzan a ser consideradas no como un
agregado externo, sino como un componente fundamental del desempeño técnico del
docente, destinado a enfrentar objetivos tales como enseñar a resolver
conflictos por vías no violentas, promover la solidaridad, la tolerancia y la
comprensión entre alumnos provenientes de diferentes culturas, contribuir a la formación
de la personalidad de los alumnos y de su capacidad para elegir libremente
entre las múltiples opciones que permite la vida moderna.
En el mismo sentido también puede enfocarse el
problema planteado por otra de las dicotomías tradicionales en estos debates:
la opción entre otorgar prioridad a la formación inicial o a la formación en
servicio. Las nuevas condiciones de ejercicio de la profesión docente exigirán,
al igual que en muchas otras profesiones, un proceso de reconversión
permanente. Pero para poder enfrentar este proceso de reconversión profesional
es necesario disponer de una base sólida de competencias cognitivas y
personales que sólo un proceso relativamente largo de formación inicial puede
otorgar. Esta articulación entre formación inicial y formación en servicio
debería también ponerse de manifiesto a través de mecanismos de transferencia
no sólo desde la formación inicial hacia el desempeño, sino a la inversa, desde
los aprendizajes efectuados en el desempeño hacia la formación inicial.
Extraído de:
Profesionalización y Capacitación docenteJuan Carlos Tedesco
IIPE-BUENOS AIRES
SEDE REGIONAL DEL INSTITUTO INTERNACIONAL DE PLANEAMIENTO DE LA EDUCACIÓN
UNESCO
No hay comentarios:
Publicar un comentario