La construcción de una democracia más plena es uno de los desafíos a alcanzar por nuestras sociedades, las escuelas pueden y deben hacer su aporte al respecto. Muchas veces observamos indiferencia, como respuesta a una escuela que se presenta como un espacio preestablecido, con escasas oportunidades de expresión. El abordaje pedagógico de la democracia es parte de la esencia misma de enseñar a convivir, y no debe limitarse al dictado de una materia y requiere el cuidado de otras cuestiones fundamentales.
El tratamiento pedagógico de la democracia ha sido poco
estudiado, puede concebirse como la inclusión de todos los sujetos y factores
que influyen en el proceso formativo del estudiante desde todos los componentes
del proceso educativo hasta las múltiples relaciones que pueden establecerse en
la escuela, y entre ella y la familia, los diferentes agentes de la comunidad,
así como los factores de influencia del país y del mundo en general. Una pedagogía
centrada en la democracia ha de abrirse a la comunidad, al país, al mundo. Este
proceso discurre a partir de una identidad subjetiva y en relación con los
otros (maestros, estudiantes, directivos, otro personal, los agentes de la
comunidad, la familia). En el caso de la escuela, de tal manera que se vaya
construyendo un nosotros colectivo, en donde es el diálogo y la convivencia los
que permiten esa relación.
Relacionado con el abordaje pedagógico de la democracia, es
común que aparezca en la bibliografía el término “educación para la
democracia”. Lógicamente ello requiere de una legitimación de los procesos que
en ella se viven, de validar los significados de los actos y prácticas,
convocando a estudiantes, profesores y administrativos a participar de manera
solidaria y colaborativa en esta tarea.
El plan de estudios puede incluir, en su contenido, la
importancia de tratar a todas las personas con respeto y dignidad. Sin embargo,
el currículo oculto trasmite un mensaje totalmente diferente, por ejemplo,
cuando los comportamientos agresivos y la intimidación se toleran, o cuando se
muestran discriminación a los escolares de barrios marginales o que presentan
problemas sociales. Por ello, diferentes autores hacen referencia al sistema
ideológico que ella inspira. Según Bueno consiste en los principios de:
1. Humanismo
laico: intenta ver al ser humano desde el hombre, quien es la medida de todas
las cosas.
2. Humanismo
ético: atribuye a los sujetos humanos individuales la condición de entidades
supremas, libres, fuentes de todos los derechos y valores.
3. De la
cooperación: establecida mediante el diálogo respetuoso, tolerante, no violento
y compresivo del otro.
4. Armonía
preestablecida: la que ha de lograrse a través del diálogo y alianza de las
civilizaciones y países.
Las instituciones educativas escolares y extraescolares no
pueden ser un espacio donde todo esté preestablecido, donde se obstruya la
actividad de los estudiantes y se impida que se expresen y exijan sus derechos;
por el contrario, ha de respetar el equilibrio entre obligaciones y demandas.
Cuando los estudiantes y las estudiantes se desestiman, no se tienen en cuenta
sus inquietudes y propuestas, entonces, lo impuesto les será ajeno, extraño y
la mayoría de las veces indiferente. En consecuencia, para que las
instituciones educativas sean democráticas, se requiere, entre otros aspectos:
fomentar la participación de todos sus miembros, a partir de la deliberación
colectiva y del debate racional, que permitirá tomar posición ante la realidad
de acuerdo con su idiosincrasia, pensando y actuando autónomamente para
resolver problemas (Prieto).
Debe entenderse que el abordaje pedagógico de la democracia
parte de la esencia misma de la escuela en su función socializadora. No se
trata solamente de seleccionar o elaborar métodos o procedimientos que ayuden a
educar en la democracia, sino también de la creación de un clima y estilo de
trabajo que propicie el logro de este objetivo.
Desde la perspectiva de este estudio, no se asume una
posición contraria a la existencia de una asignatura, como la educación cívica,
dirigida especialmente a la educación ciudadana y, por tanto, también a la
democracia; pero se subraya la idea de que la educación para la democracia va
mucho más allá del estudio de una asignatura, pues incluye toda la actividad
del alumnado y de la institución educativa. Al respecto, Gutiérrez considera
que para educar en la democracia es importante la plena participación del
alumnado, situación que le permitirá actuar como persona libre y responsable y
adquirir actitudes que le impulsarán a enfrentarse crítica, consciente y
positivamente con los problemas propios de la vida en grupo. Agrega que la
escuela debe autodeterminar la responsabilidad, pues es ahí donde es posible
vivenciar el pluralismo de ideas en un clima de libertad, haciendo hincapié en
una educación autogestionaria que comprenda la participación, la comunicación,
la creatividad y el compromiso individual y social.
Desde una perspectiva similar, educar en la democracia
requiere de la indagación crítica, respeto por la libertad de las personas, la
justicia social y el diálogo (Giroux). En correspondencia con el criterio de
este autor y aunque parezca insólito, en muchos centros educativos, hoy día, se
mantiene un estilo de comunicación autocrático tanto por profesores como por
los directivos: la educación para la democracia empieza por el respeto al
orden, la disciplina, a las demás personas; pero tiene su esencia en la plena
independencia de los individuos.
Es obvio que el tratamiento pedagógico de la democracia
implica tener en cuenta que esta se enseña y se aprende, se refleja en la
actuación consciente del personal docente y directivo, y del estudiantado, a
partir del funcionamiento de la institución educativa. Responde a las
exigencias sociales e involucra a todos los actores de la educación, dentro y
fuera de la escuela, y exige ineludiblemente la proyección coherente del
proceso pedagógico, lo cual indica una adecuada coherencia entre el ser y el
deber ser.
De acuerdo con Santos, la práctica democrática en la escuela
se basa en el diálogo permanente, el debate abierto y la crítica efectiva; así
logra que los alumnos y alumnas sean agentes de su propia educación y adquieran
responsabilidades en el proyecto escolar, comunitario y del país. Como se
observa, las ideas sobre la educación para la democracia desde los centros
educativos convergen en muchos aspectos. De esta forma, con la concepción de
Leiva, la democracia en la escuela debe enseñarse mediante la participación, el
diálogo, la libertad de expresión, el debate de ideas y el trabajo comunitario,
situaciones que permitirán al alumnado compartir el control sobre la
experiencia y ser escuchado sin reproches ni sanciones.
Un adecuado enfoque pedagógico de la democracia revela la
necesidad de dar tratamiento a su educación desde la comprensión de las leyes
pedagógicas, esencialmente la relacionada con el vínculo de la escuela con la
vida, priorizando la participación activa y consciente del estudiante, teniendo
en cuenta las particularidades del proceso educativo, en especial su carácter
bilateral y activo. No obstante, se postula que el término democracia no se
debe enmascarar con otros términos, por cuanto posee una gran connotación en la
vida socio-política de cualquier país. Por tanto, se requiere un tratamiento
directo y consciente a su concreción.
El tratamiento pedagógico a la democracia requeriría entre
otras cuestiones de:
Potenciar la
independencia de los estudiantes.
Existe una insuficiente comprensión acerca de que la escuela
no es para adoctrinar, ni siquiera para inculcar ideas, sino para desarrollar
en el estudiantado sus propias ideas. Tradicionalmente se ha relegado la
formación creativa, independiente, olvidándose de que el alumnado está
compuesto por seres creativos, por lo que ha de potenciarse la expansión de la
consciencia y autonomía individual.
Fomentar la necesidad
en los estudiantes de argumentar criterios propios
Se habla bastante de la discriminación de razas, etnias,
nacionalidades, sexos, preferencias sexuales, de credo; sin embargo, se trata
poco o casi nada la discriminación por las ideas propias o diferentes. En las
escuelas al personal docente le sigue satisfaciendo que sus estudiantes hagan
todo lo que les indican, sin ningún tipo de oposición y objeción, quieren que
les crean sin refutar, sin disentir, que contesten como “les han enseñado”.
Aplicar métodos de
enseñanza y aprendizaje que permitan estimular los intereses de alumnos y
docentes para guiar el desarrollo
La zona de desarrollo potencial induce precisamente a esto,
a que el aprendizaje conduzca al desarrollo. Frecuentemente se habla de tomar
en cuenta motivos e intereses del estudiantado; pero, ¿y si no existieran? Por
ejemplo: ¿muchos estudiantes y docentes demandan, como ámbitos competenciales,
el conocimiento histórico o el deber de memoria, la madurez personal, la
autoconciencia sincrónica o histórica, el autoconocimiento, la complejidad de
conciencia o la superación del propio egocentrismo individual y colectivo?
Aunque estos constituyen aprendizajes imprescindibles para la formación de las
personas, no toda necesidad fundamental se demanda, bien porque no se haya
concientizado su importancia o porque no interese en primer plano a los
sistemas que la perciben y que generalmente utilizan la escuela para consolidar
sus intereses. Por ello, le corresponde a la escuela proyectar su trabajo en
función de lo que la sociedad realmente necesita, que no siempre se corresponde
con las demandas de los gobiernos, aún de aquellos que se hacen llamar
democráticos.
Extraído de
La educación para una
ciudadanía democrática en las instituciones educativas: Su abordaje
sociopedagógico
Autores
Arturo Torres Bugdud
Facultad de Ingeniería
Mecánica y Eléctrica
Universidad Autónoma de
Nuevo León México
Nivia Álvarez Aguilar
Facultad de Ingeniería
Mecánica y Eléctrica
Universidad Autónoma de
Nuevo León México
María del Roble Obando
Rodríguez
Facultad de Ciencias de
la Comunicación
Universidad Autónoma de
Nuevo León México