Uno de los temas recurrentes que
aparece en los debates sobre educación en valores y para la ciudadanía es cómo
lograr que el alumnado, además de la información, reflexión y deliberación que
proporcionan las sesiones de clase, viva también experiencias reales de
participación en la vida de la comunidad: en la escuela, en los ámbitos
sociales próximos y en espacios lejanos de un mundo globalizado. Esa
participación viva y real en la comunidad es una experiencia formativa
irrenunciable para una completa educación en valores y para la ciudadanía. Hemos
aprendido bastante sobre la participación del alumnado en la cotidianidad de
los centros educativos: asambleas de clase, trabajo por proyectos, alumnos
mediadores y otras experiencias exitosas. El interrogante se hace más preciso
pero persiste: ¿cómo lograr la participación formativa del alumnado fuera del
espacio escolar?, ¿cómo conseguir su participación en la comunidad social
próxima y lejana? A continuación, y tras plantear qué debe proporcionar la
educación en valores y para la ciudadanía, presentaremos la metodología del aprendizaje-servicio
como un recurso relevante para lograr una participación auténtica del
alumnado en la comunidad, una participación orientada al logro del bien común y
a la adquisición de valores y virtudes cívicas.
Aprender ciudadanía
La idea de ciudadanía parte de una
constatación fundamental: no podemos vivir en soledad, sino que necesitamos
hacerlo junto a otros seres humanos. Por lo tanto, es necesario decidir el modo
en que deseamos vivir con los demás, ya que no hay forma de escapar a la
dependencia recíproca que nos vincula unos a otros. He aquí la primera
condición de la ciudadanía.
La idea de ciudadanía también
implica que ese vivir con otros se lleve a cabo en el interior de una comunidad
política. No se convive de modo aleatorio y sin formas establecidas, sino que
la convivencia está ya pautada, al menos hasta cierto punto. La ciudadanía
tiene que ver con un modo de vida en común organizado de acuerdo con principios
y prácticas democráticas. Cuando empleamos la expresión
sociedad democrática
nos estamos refiriendo a una manera de organizar la convivencia basada en
la legitimidad del poder, en la generalización de las libertades, en la
posibilidad de participar de las decisiones políticas, en la ampliación de los
espacios de deliberación y controversia, y en la búsqueda de la justicia y de
las mejores condiciones para la felicidad de todos.
La idea de ciudadanía parte de un
hecho primario, el carácter social de los seres humanos, y de un principio de
organización, la convivencia democrática, pero exige también un modo de
entender la relación entre el individuo y la colectividad. Esta
relación puede basarse en el reconocimiento de un conjunto de derechos
individuales: la ciudadanía es un estatus que da libertad y seguridad, dos
derechos de entre los muchos que disfrutan los individuos en una sociedad
democrática. Pero la relación de los individuos con la comunidad también se ha
entendido a partir de las ideas de pertenencia e identidad, de modo que la
relación con la sociedad no se basa en un estatus que da derechos, sino en la
posesión de algo que nos es común y nos une. Por último, también se ha afirmado
que para ser reconocido como ciudadano se requiere un esfuerzo de participación
en la vida de la
colectividad. Ocuparse de las cuestiones públicas es la forma
de entrar en la comunidad y de expresar las virtudes que deben poseer los
ciudadanos. Por tanto, la ciudadanía se debate, pero a la vez tiende a
armonizar tres dinamismos constitutivos distintos y complementarios: el
disfrute de derechos individuales, la posesión de algo compartido que nos hace
miembros y la búsqueda del bien común a través de la participación en la vida
pública.
Sin embargo, no nacemos siendo
buenos ciudadanos, ni tampoco basta con estar en una sociedad democrática para
llegar a ser verdaderos demócratas; nos hacemos ciudadanos de una democracia en
buena parte gracias a la
educación. Por lo tanto, la Educación para la Ciudadanía se
ocupará del aprendizaje de la vida en común en una sociedad democrática. Dicho
aprendizaje es un proceso que consiste en llegar a formar parte de una
colectividad tras haber alcanzado un buen nivel de civismo, o respeto por las
normas públicas, y en convertirse en un ciudadano activo: una persona que sabe
exigir sus derechos, cumplir sus deberes para con la comunidad y contribuir al
bien común. Es decir, un ciudadano que ayuda a mantener un espacio democrático
que haga posible la participación activa de todos en la formación de la opinión
pública, la toma de decisiones y la realización de proyectos cívicos. Esto se
hace en beneficio de una sociedad justa y democrática, que respeta el
pluralismo y las diferencias, que busca el entendimiento, el diálogo
intercultural y la resolución de conflictos y que promueve la paz y los
derechos humanos.
¿Qué es necesario aprender para
apropiarse de esta idea de ciudadanía? La educación a este respecto debe
abordar los principales ámbitos de la experiencia humana, así como el
aprendizaje de saberes y virtudes que exige cada uno de ellos. Considerar los
saberes y hacerse con las virtudes que derivan de los distintos ámbitos de la
experiencia humana nos mantendrá atentos a los derechos y los deberes que
tenemos como ciudadanos, puesto que seremos conocedores de lo mucho que nos une
más allá de las deseables diferencias que nos separan y estaremos dispuestos a
aportar nuestro esfuerzo en beneficio de la comunidad. Los
ámbitos de experiencia humana que nos proporcionarán aprendizajes éticos y nos
formarán para la ciudadanía son el espacio del ser uno mismo, del convivir, del
formar parte de la sociedad y del habitar el mundo (Puig).
Con la experiencia del aprender
a ser uno mismo nos referimos al trabajo formativo que cada individuo
realiza sobre sí mismo para liberarse de ciertas limitaciones, para construir
una manera de ser deseada y para lograr el mayor grado posible de autonomía y
de responsabilidad. En el hecho de aprender a ser hay una doble tarea:
construirse tal como se desea y utilizar la propia manera de ser como una
herramienta para tratar las cuestiones que plantea la vida. Aprender a
ser es construir una ética del sí mismo: una ‘autoética’. Esta ética no debe
entenderse como una forma de egoísmo o de individualismo, sino como el producto
de unas condiciones históricas que permiten mayores grados de individualización
frente a la presión uniformadora de las éticas tradicionales de carácter
heterónomo.
La experiencia del aprender a
convivir apunta a la tarea formativa que hay que llevar a cabo para superar
la tendencia a la separación y al aislamiento entre personas, para recuperarse
del exceso de individualismo que lo valora todo en función del propio interés,
para abandonar las imágenes objetivadoras del otro, que lo representan como una
cosa y que invitan a usarlo como se hace con todas las demás cosas. Aprender a
convivir es una tarea educativa que querría liberar a los individuos de estas
limitaciones, ayudarlos a establecer vínculos basados en la apertura y la
comprensión de los demás y en el compromiso con proyectos comunes. Aprender a
convivir es edificar una ética de la alteridad, una ética de relaciones
preocupada por crear vínculos entre las personas: una ‘álter-ética’.
El tercer ámbito de experiencia
humana se centra en el aprendizaje de la vida en común. Aprender a formar
parte de la sociedad es un proceso que consiste en llegar a formar parte de
una colectividad tras haber alcanzado un buen nivel de civismo –o
respeto de las normas- y hábitos públicos y tras haberse convertido en un ciudadano
activo. Es decir, una persona capaz de requerir los derechos que le
corresponden y, al mismo tiempo, de sentir la obligación de cumplir los deberes
y de manifestar las virtudes cívicas necesarias para contribuir a la
organización democrática de la convivencia. Por tanto, el aprendizaje de la vida
en común es el esfuerzo por llegar a ser un miembro cívico y un ciudadano
activo en una sociedad democrática y participativa. Aprender a participar es
trabajar por una ética cívica que nos haga ciudadanos: una ‘socio-ética’. Un
arte sin recetas que vale la pena practicar si pensamos que los demás pueden
tener razón.
En el cuarto y último punto, aprender
a habitar el mundo, proponemos un trabajo educativo que pretende dar un
paso más allá de lo planteado en el anterior apartado e implantar de manera
reflexiva en cada joven una ética universal de la responsabilidad por el
presente y por el futuro de las personas y de la Tierra. Se trata de una
ética de la preocupación y del cuidado de la humanidad y de la naturaleza, que
resulta totalmente imprescindible en un momento en que la globalización se
extiende por todos los ámbitos de la vida y en que la crisis ecológica también
se ha generalizado de manera implacable por todos los rincones de la Tierra. Aprender
a habitar el mundo es adoptar una ética global y ecológica: una ‘eco-ética’.
Autores
Puig Rovira, J. M., Gijón Casares,
M., Martín García, X. y Rubio Serrano, L.
APRENDIZAJE-SERVICIO Y EDUCACIÓN
PARA LA CIUDADANÍA
En Revista de Educación, número
extraordinario 2011, pp. 45-67