Años atrás, el entonces monarca Don Manuel I desató toda suerte de rechiflas y sarcasmos al opinar que los hijos de familias estudiadas tenían mayores posibilidades de éxito que los nacidos en peor ambiente económico y/o cultural. Fraga lo decía para justificar el resultado de ciertas oposiciones sospechosamente copadas por familiares de altos cargos, pero lo cierto es que el tiempo y un informe difundido ayer por Caixa Catalunya parecen darle ahora la razón. No en lo de las oposiciones, claro está; pero sí en lo tocante a que la educación tiene un fuerte componente hereditario.
Sostienen en efecto los redactores del “Informe de la inclusión social en España” que las expectativas de hacer carrera guardan una relación directa con el nivel educativo de los padres. Los datos que fundan esa opinión son, en apariencia, incontestables. Nada menos que un 73 por ciento de los estudiantes hijos de universitarios han obtenido a su vez una licenciatura, frente al magro 20 por ciento de los titulados que no contaron con esa ventaja paternal.
No es que la educación se herede, naturalmente. Se adquiere por esfuerzo propio, si bien es verdad que algo ayuda la circunstancia de que los padres echen una mano. Lo que el mentado informe viene a decir –con más técnicas palabras– es que los chavales disfrutan de mayores oportunidades de aprendizaje en una casa llena de libros que en otra donde el único volumen disponible sea la guía telefónica. Si además los papás tienen tiempo y aptitudes para guiar a sus vástagos por los intrincados caminos del saber, resulta bastante lógico que las titulaciones se hereden de padres a hijos, aunque no precisamente por ciencia infusa y arte de birlibirloque.
Más bien que en la magia o en el ADN, la explicación residiría –según los autores del informe– en que los padres con un cierto grado de formación académica tienden a escolarizar a su prole muy tempranamente, con las ventajas que ello conlleva. Deducen además, aunque esto sea opinable, que esa clase de progenitores suele exigir un más alto nivel de aspiraciones a sus hijos: y todo ello sin contar, por supuesto, los mayores recursos educativos, culturales y acaso económicos de los que disponen.
Tampoco se trata, claro está, de una mera cuestión de dinero. Cierto es que una buena cuenta corriente ayuda lo suyo y más si va acompañada de un cuantioso patrimonio, pero eso no explicaría en modo alguno el hecho de que las rapazas ganen por goleada a sus colegas varones en brillantez y capacidad de estudio, según se desprende de las conclusiones del tan mentado informe.
Ni siquiera a escala colectiva se cumple esa regla. Ahí está para demostrarlo el caso de Galicia, reino económicamente demediado e incluso un tanto menesteroso que a pesar de ello ofrece unas excelentes prestaciones en materia de educación. A los buenos resultados que los estudiantes gallegos obtienen año tras año en la evaluación del Informe Pisa elaborado por la OCDE hay que agregar ahora los no menos felices datos del estudio de la Caixa. Entre otros, el de que la tasa de graduación universitaria de los jóvenes gallegos exceda la media española y supere incluso a las prósperas Cataluña y Baleares, contradiciendo así la supuesta relación mecánica entre renta per capita y nivel educativo.
Parece lógico. Si el dinero facilitase automáticamente la educación, Paris Hilton tendría en su mano todas las bazas para doctorarse en Oxford y aspirar a algún premio Nobel. Y no es el caso.
Al final va a llevar razón Fraga y no los que tanta zumba gastamos en su día a cuenta de aquellas declaraciones suyas sobre los hijos de familias con posibles. Aunque la educación no se herede ni un título garantice gran cosa, parece que tampoco sobra –ni mucho menos– un buen ambiente educativo en casa para progresar en los estudios. Lo dicen los emprendedores catalanes, que algo saben de esto
Autor
Ánxel Vence
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