¿Por qué se llama “postmodernismo”? ¿En qué medida rechaza al modernismo? Aunque resultaría muy poco postmoderno tratar de definir o delimitar qué es lo postmoderno, lo mismo es necesario para una comprensión adecuada del momento que hoy vivimos. Vamos a tratar de delimitar los rasgos básicos de la postmodernidad
En primer lugar, cabría decir que la postmodernidad surge y
se constituye como oposición a la modernidad rechazada y negada: modernidad
filosófica (la visión realista y representacionista de la ciencia) y modernidad
sociológica (industrialización, urbanización, capitalismo, división del
trabajo, dominación de la técnica y el individualismo, consumo, medios de
comunicación de masas).
“Hablamos de
postmoderno porque consideramos que, en algún aspecto suyo esencial, la modernidad
ha concluido” (Vattimo); sin embargo, los postmodernos consideran falsa la
idea de progreso y, por tanto, no se postulan a sí mismos como superadores de
la modernidad, simplemente aparecen después de ella.
Cabe recordar, para empezar, que ya desde los años 20,
además de las críticas y el malestar que se desarrolla en el seno de la ciencia
pueden, también, recapitularse y recogerse diversas manifestaciones sociales de
insatisfacción con el mundo de la modernidad en sus vertientes sociales, culturales
y políticas; un mundo vivido por muchos como con vacío espiritual, sin sentido,
siendo el romanticismo una de las primeras reacciones antimodernas, reacción
que planteaba la vuelta al pasado, luego los hippies, la revuelta de mayo del
68, el movimiento ecologista... movimientos todos, muy diferentes entre sí,
pero que tienen en común el rechazo a la modernidad; sin embargo, puede decirse
que, aunque otros precedieron a los postmodernos en la desilusión con la
modernidad, éstos convierten el desencanto en “epidemia generalizada”.
En lo que respecta a la epistemología, la postmodernidad
supone, también, la consagración de todo un proceso crítico con respecto a la
forma moderna o positivista de concebir la tarea investigadora: así lo señala
Munné, se ha desarrollado todo un proceso de desnaturalización, abstracción,
generalización, de simplificación de la realidad, de adornar la naturaleza para
evitar la ambigüedad, adornos, desnaturalizaciones y razones: ciencia.
La ciencia positiva se ha desarrollado buscando principios
fuera de la realidad que expliquen a está, bajo la creencia de que el mundo
puede ser comprendido. Primero se simplificaba la realidad, centrándose en lo
ordenado (lo no ordenado se cambiaba o se destruía, el desorden se abandonaba,
lo imperfecto era irrelevante y opuesto a la verdad y, por tanto,
necesariamente excluido).
Lyotard, uno de los autores clásicos de la postmodernidad al
elaborar su informe La condición
postmoderna, por encargo del gobierno canadiense señalará que la postmodernidad
niega la existencia de reglas de conocimiento, sólo hay procesos sociales,
negociación, la verdad es fruto del consenso, la alcanzan los sujetos y siempre
esta sujeta a límites. Todo lo cual coincide con los planteamientos ya
revisados del segundo Wittgenstein.
Si bien la postmodernidad “no es susceptible de una definición clara y, menos todavía de una
teoría acabada”, puede decirse de la misma que es “una especie de talante, de nuevo tono vital” (González).
Aunque resultaría muy poco postmoderno tratar de definir o
delimitar qué es lo postmoderno, lo mismo resulta necesario para una
comprensión adecuada del momento epistemológico que hoy vivimos. Vamos a tratar
de recuperar los rasgos básicos de la postmodernidad:
1. Disolución de la
noción de fundamento. Fin de la metafísica. La base esta necesariamente en lo
lingüístico. Abandono de la ciencia que se apoya en hechos observables.
2. La verdad sí que puede seguir usándose como acuerdo
intersubjetivo contingente pero no sobre el mundo sino prescindiendo del mundo:
todos los discursos son equivalentes, se
puede decir lo que se quiera decir.
3. Pérdida de sentido
del todo, de los grandes relatos (la emancipación y el progreso de la
especie humana, la ciencia, la historia como motor, sentido y fin). Toda afirmación
universalista queda desacreditada (pensamiento débil, incertidumbre, resurgir
de los localismos y nacionalismos). La historia, por ejemplo, sólo existiría en
los libros de texto y habría sido inventada por los historiadores, sólo hay
múltiples narraciones, la historia se desprende de su duración y se enrolla en
un permanente presente, los grandes relatos mueren, el fragmento los sustituye.
Lyotard, por ejemplo, señala que “simplificando
al máximo se tiene por postmoderna la incredulidad a los meta relatos” no hay criterios únicos de validez, sino sólo
criterios locales y contextuales, los consensos son imposibles.
4. La sociedad, se
concibe como escenario de luchas discursivas, de textos.
El lenguaje dice lenguaje, de unas palabras e interpretaciones
a otras, nunca se sale de ahí. La comunicación es caótica, fragmentada, el
mundo mismo también se disuelve en fragmentos, lo real deja de tener sentido,
se convierte en fábula. Con esta fragmentación del lenguaje, distintos
lenguajes se liberan, estamos en un mundo de dialectos, en un mundo de valores
diversos, las diferencias se liberan y los que no tenían voz pueden hablar.
5. La interpretación se encontrará en el centro,
interpretación que será siempre de un texto, que debe ser coloreado; así, las palabras
y el texto (una foto, un cuadro, una obra musical...) sólo adquieren sentido
dentro de un contexto y no existiría una interpretación unívoca. No obstante,
dentro de esta concepción general cabría una versión fuerte (vale cualquier
cosa porque “me da la gana” o me lo parece) y una débil (el texto tiene sus
derechos y exigencias, hay que interpretarlo pero el texto, como tal, existe, y
debe ser respetado).
6. Relativismo y
pluralismo. Revalorización de lo minoritario, lo mayoritario se pone bajo
sospecha. La ética ha muerto, no hay imperativos categóricos posibles, el
principio de placer lo domina todo, desaparecen las barreras, nada está
prohibido, hay que ser feliz, eso es lo importante.
7. Si la modernidad consagró el texto, como práctica
escrita, ahora se reivindicará la palabra oral, lo escrito esta muerto, no
puede defenderse. Incluso se habla del paso del valor de la palabra al valor de
la imagen.
8. Relevancia de la hiperrealidad, de la realidad virtual
donde podemos enmarcar la célebre frase de Baudrillard de que la “guerra del golfo, no existió, fue una hiper
realidad”.
9. Disolución de fronteras entre disciplinas. La realidad no
es parcelable. Se disuelven las diferencias entre la verdad, la bondad y el
arte como tres grandes categorías clásicas. Pérdida de peso, de prestigio del
intelectual y el pensador
10. La realidad
objetiva según la postmodernidad es una construcción discursiva, no hay un
conocimiento directo del mundo; del mundo hablamos convencionalmente (lo que no
es lo mismo que arbitrariamente señalará este autor). Todo es práctica social,
construcción.
11. La postmodernidad es una consecuencia de la democracia,
de tomarse en serio al sujeto, de concederle libertad y pensamiento.
12. Nihilismo sin
tragedia. No hay lágrimas en el entierro múltiple de la razón, el progreso,
la modernidad o las grandes doctrinas o valores, el pensamiento débil es bueno
y positivo ya que tratar de buscar un sentido único y total para la vida
conlleva el riesgo de apostar por “todo o nada”, sin embargo, el que poco
apuesta, poco pierde; por otra parte, las grandes cosmovisiones enterradas son
potencialmente totalizadoras, tratando de ganar adeptos, sin embargo, el que
piensa débil es necesariamente tolerante.
13. Reflexividad. Las ciencias sociales son, sobre todo,
conciencia de la materia, la materia haciéndose consciente, lo que llevaría a
los investigadores al desarrollo de la profecía autocumplida.
14. Pérdida de
legitimación y deslegitimación de las instituciones y lo público. El
Estado pierde prestigio y atributos, igual que la familia o
la iglesia.
15. Sin historia, sin
referentes, no hay obligaciones, el futuro es inexistente, no hay tampoco
deudas con el pasado, tan sólo existe el presente, ni raíces, ni proyectos. Las
personas erramos por siempre, sin fin, ni objetivo alguno, lo cual, por otra
parte, es visto como positivo y se constituye en una ocasión para la
realización humana, eso sí, asumiendo que sólo existe y cuenta el presente, es
la vuelta al carpe diem, al presentismo. Con las grandes teorías y doctrinas
enterradas de la mano de la razón, sólo queda la posibilidad de lo débil o lo
light, de lo fragmentario: “yo ahora y aquí, digo esto”.
16. Individualismo
psicologísta y hedonista: vivir lo mejor posible, a la carta, sin represión
ni identidades adscritas, con elevadas dosis de tolerancia (más bien
ambigüedad) ante eventos contrarios. El hedonismo vuelve al centro; hay que
disfrutar de la vida sin empeñarse en emprender viajes históricos hacia tierras
prometidas inexistentes, sólo cabe refugiarse en uno mismo, es el tiempo del yo
y del intimísmo, de la ausencia de ideales. Con la muerte de la razón, se pasa
del homo sapiens al homo sentimentalis, el sentimiento esta por encima de la
razón, es, el “siento, luego existo”; la sensibilidad, la subjetividad
sustituyen a la razón, no se debe, ni se puede, pensar.
17. El individuo
aparece fragmentado. El sujeto, no guiado por ningún principio sigue
lógicas múltiples y contrarias entre sí, no esta integrado, no es coherente,
cada uno elabora “a la carta” los elementos que le sirven, tomando de acá y de
allá, según le parece, sin preocuparse por la coherencia; se prueba y se cambia
rápidamente, nada sorprende, todo vale, no hay porque aferrarse a nada
demasiado tiempo. El placer es breve y puntual, el sexo frío, las relaciones
superficiales y no duraderas, además, no son excluyentes o no tienen por qué
serlo.
18. Indiferencia con
rostro de tolerancia. Sin la razón no se puede llegar a ningún consenso
social, cabe todo, todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias,
tampoco existe, ni es posible, la verdad, ni la justicia, sólo hay infinitas
micro colectividades heterogéneas entre sí, el fragmento es elogiado y
constituido como el principal elemento. El bien común no existe. Hay que vivir
y dejar vivir, más que guiados por la tolerancia guiados por la indiferencia.
19. El retorno de los
brujos, de la magia y de una religión light, a la carta, hecha de mezcla de
principios de aquí y de allá sin preocuparse por la convivencia entre elementos
incoherentes. Es, el boom del esoterismo y las ciencias ocultas, en un comercio
que aumenta sin cesar, es, el surgimiento de sectas destructivas, de mitos y
manías... de no creer en Dios parece pasarse a creer en todo.
En resumen, los elementos claves de la postmodernidad
serían: el descreimiento absoluto (no creer en nada ni en nadie, ni en
convicciones, ni políticas, ni religiosas, ni morales), la incertidumbre como
categoría epistemológica general, la complejidad y el desencanto.
Así cabe afirmar que
“sintetizando, la
postmodernidad señala el carácter obsoleto y ambivalente de la ciencia positiva
que, ya no sirve, el fin del progreso (y en este sentido el fin de la historia,
uno de los pocos universales que todavía quedaban vivos de la modernidad) y el
desprecio por la tecnología” (Munné).
Así, frente al modernismo que prioríza las palabras sobre
las imágenes, el postmodernismo priorizará la sensibilidad visual, frente a la
creencia en la existencia de realidades substanciales, se valorará ahora, la
forma más que los contenidos. Ante una visión racionalista o progresiva de la
cultura, se planteará el mismo valor de lo de hoy que lo anterior, frente a la
necesaria distancia de la realidad que debe asumir el espectador, el sumergirse
en la realidad; frente a convencer, argumentar o vencer, seducir, insinuar,
confundir, no identificar, frente a los límites entre disciplinas, la
disolución de los mismos. En resumen, frente a la racionalidad y la seguridad,
la incertidumbre asimilada que ya se encuentra, de por sí, instalada en el
sujeto.
Extraído de
Frente a la posmodernidad
José Guillermo Fouce
Universidad Complutense de Madrid
Becario de Investigación del Departamento de Psicología
Social de la
Universidad Complutense de Madrid.
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