martes, 26 de noviembre de 2013

La postmodernidad: rasgos fundamentales


¿Por qué se llama “postmodernismo”? ¿En qué medida rechaza al modernismo? Aunque resultaría muy poco postmoderno tratar de definir o delimitar qué es lo postmoderno, lo mismo es necesario para una comprensión adecuada del momento que hoy vivimos. Vamos a tratar de delimitar los rasgos básicos de la postmodernidad
 



En primer lugar, cabría decir que la postmodernidad surge y se constituye como oposición a la modernidad rechazada y negada: modernidad filosófica (la visión realista y representacionista de la ciencia) y modernidad sociológica (industrialización, urbanización, capitalismo, división del trabajo, dominación de la técnica y el individualismo, consumo, medios de comunicación de masas).

Hablamos de postmoderno porque consideramos que, en algún aspecto suyo esencial, la modernidad ha concluido” (Vattimo); sin embargo, los postmodernos consideran falsa la idea de progreso y, por tanto, no se postulan a sí mismos como superadores de la modernidad, simplemente aparecen después de ella.

Cabe recordar, para empezar, que ya desde los años 20, además de las críticas y el malestar que se desarrolla en el seno de la ciencia pueden, también, recapitularse y recogerse diversas manifestaciones sociales de insatisfacción con el mundo de la modernidad en sus vertientes sociales, culturales y políticas; un mundo vivido por muchos como con vacío espiritual, sin sentido, siendo el romanticismo una de las primeras reacciones antimodernas, reacción que planteaba la vuelta al pasado, luego los hippies, la revuelta de mayo del 68, el movimiento ecologista... movimientos todos, muy diferentes entre sí, pero que tienen en común el rechazo a la modernidad; sin embargo, puede decirse que, aunque otros precedieron a los postmodernos en la desilusión con la modernidad, éstos convierten el desencanto en “epidemia generalizada”.

En lo que respecta a la epistemología, la postmodernidad supone, también, la consagración de todo un proceso crítico con respecto a la forma moderna o positivista de concebir la tarea investigadora: así lo señala Munné, se ha desarrollado todo un proceso de desnaturalización, abstracción, generalización, de simplificación de la realidad, de adornar la naturaleza para evitar la ambigüedad, adornos, desnaturalizaciones y razones: ciencia.

La ciencia positiva se ha desarrollado buscando principios fuera de la realidad que expliquen a está, bajo la creencia de que el mundo puede ser comprendido. Primero se simplificaba la realidad, centrándose en lo ordenado (lo no ordenado se cambiaba o se destruía, el desorden se abandonaba, lo imperfecto era irrelevante y opuesto a la verdad y, por tanto, necesariamente excluido).

Lyotard, uno de los autores clásicos de la postmodernidad al elaborar su informe La condición postmoderna, por encargo del gobierno canadiense señalará que la postmodernidad niega la existencia de reglas de conocimiento, sólo hay procesos sociales, negociación, la verdad es fruto del consenso, la alcanzan los sujetos y siempre esta sujeta a límites. Todo lo cual coincide con los planteamientos ya revisados del segundo Wittgenstein.

Si bien la postmodernidad “no es susceptible de una definición clara y, menos todavía de una teoría acabada”, puede decirse de la misma que es “una especie de talante, de nuevo tono vital” (González).

Aunque resultaría muy poco postmoderno tratar de definir o delimitar qué es lo postmoderno, lo mismo resulta necesario para una comprensión adecuada del momento epistemológico que hoy vivimos. Vamos a tratar de recuperar los rasgos básicos de la postmodernidad:

1. Disolución de la noción de fundamento. Fin de la metafísica. La base esta necesariamente en lo lingüístico. Abandono de la ciencia que se apoya en hechos observables.
2. La verdad sí que puede seguir usándose como acuerdo intersubjetivo contingente pero no sobre el mundo sino prescindiendo del mundo: todos los discursos son equivalentes, se puede decir lo que se quiera decir.
3. Pérdida de sentido del todo, de los grandes relatos (la emancipación y el progreso de la especie humana, la ciencia, la historia como motor, sentido y fin). Toda afirmación universalista queda desacreditada (pensamiento débil, incertidumbre, resurgir de los localismos y nacionalismos). La historia, por ejemplo, sólo existiría en los libros de texto y habría sido inventada por los historiadores, sólo hay múltiples narraciones, la historia se desprende de su duración y se enrolla en un permanente presente, los grandes relatos mueren, el fragmento los sustituye. Lyotard, por ejemplo, señala que “simplificando al máximo se tiene por postmoderna la incredulidad a los meta relatos  no hay criterios únicos de validez, sino sólo criterios locales y contextuales, los consensos son imposibles.
4. La sociedad, se concibe como escenario de luchas discursivas, de textos.
El lenguaje dice lenguaje, de unas palabras e interpretaciones a otras, nunca se sale de ahí. La comunicación es caótica, fragmentada, el mundo mismo también se disuelve en fragmentos, lo real deja de tener sentido, se convierte en fábula. Con esta fragmentación del lenguaje, distintos lenguajes se liberan, estamos en un mundo de dialectos, en un mundo de valores diversos, las diferencias se liberan y los que no tenían voz pueden hablar.
5. La interpretación se encontrará en el centro, interpretación que será siempre de un texto, que debe ser coloreado; así, las palabras y el texto (una foto, un cuadro, una obra musical...) sólo adquieren sentido dentro de un contexto y no existiría una interpretación unívoca. No obstante, dentro de esta concepción general cabría una versión fuerte (vale cualquier cosa porque “me da la gana” o me lo parece) y una débil (el texto tiene sus derechos y exigencias, hay que interpretarlo pero el texto, como tal, existe, y debe ser respetado).
6. Relativismo y pluralismo. Revalorización de lo minoritario, lo mayoritario se pone bajo sospecha. La ética ha muerto, no hay imperativos categóricos posibles, el principio de placer lo domina todo, desaparecen las barreras, nada está prohibido, hay que ser feliz, eso es lo importante.
7. Si la modernidad consagró el texto, como práctica escrita, ahora se reivindicará la palabra oral, lo escrito esta muerto, no puede defenderse. Incluso se habla del paso del valor de la palabra al valor de la imagen.
8. Relevancia de la hiperrealidad, de la realidad virtual donde podemos enmarcar la célebre frase de Baudrillard de que la “guerra del golfo, no existió, fue una hiper realidad”.
9. Disolución de fronteras entre disciplinas. La realidad no es parcelable. Se disuelven las diferencias entre la verdad, la bondad y el arte como tres grandes categorías clásicas. Pérdida de peso, de prestigio del intelectual y el pensador
10. La realidad objetiva según la postmodernidad es una construcción discursiva, no hay un conocimiento directo del mundo; del mundo hablamos convencionalmente (lo que no es lo mismo que arbitrariamente señalará este autor). Todo es práctica social, construcción.
11. La postmodernidad es una consecuencia de la democracia, de tomarse en serio al sujeto, de concederle libertad y pensamiento.
12. Nihilismo sin tragedia. No hay lágrimas en el entierro múltiple de la razón, el progreso, la modernidad o las grandes doctrinas o valores, el pensamiento débil es bueno y positivo ya que tratar de buscar un sentido único y total para la vida conlleva el riesgo de apostar por “todo o nada”, sin embargo, el que poco apuesta, poco pierde; por otra parte, las grandes cosmovisiones enterradas son potencialmente totalizadoras, tratando de ganar adeptos, sin embargo, el que piensa débil es necesariamente tolerante.
13. Reflexividad. Las ciencias sociales son, sobre todo, conciencia de la materia, la materia haciéndose consciente, lo que llevaría a los investigadores al desarrollo de la profecía autocumplida.
14. Pérdida de legitimación y deslegitimación de las instituciones y lo público. El
Estado pierde prestigio y atributos, igual que la familia o la iglesia.
15. Sin historia, sin referentes, no hay obligaciones, el futuro es inexistente, no hay tampoco deudas con el pasado, tan sólo existe el presente, ni raíces, ni proyectos. Las personas erramos por siempre, sin fin, ni objetivo alguno, lo cual, por otra parte, es visto como positivo y se constituye en una ocasión para la realización humana, eso sí, asumiendo que sólo existe y cuenta el presente, es la vuelta al carpe diem, al presentismo. Con las grandes teorías y doctrinas enterradas de la mano de la razón, sólo queda la posibilidad de lo débil o lo light, de lo fragmentario: “yo ahora y aquí, digo esto”.
16. Individualismo psicologísta y hedonista: vivir lo mejor posible, a la carta, sin represión ni identidades adscritas, con elevadas dosis de tolerancia (más bien ambigüedad) ante eventos contrarios. El hedonismo vuelve al centro; hay que disfrutar de la vida sin empeñarse en emprender viajes históricos hacia tierras prometidas inexistentes, sólo cabe refugiarse en uno mismo, es el tiempo del yo y del intimísmo, de la ausencia de ideales. Con la muerte de la razón, se pasa del homo sapiens al homo sentimentalis, el sentimiento esta por encima de la razón, es, el “siento, luego existo”; la sensibilidad, la subjetividad sustituyen a la razón, no se debe, ni se puede, pensar.
17. El individuo aparece fragmentado. El sujeto, no guiado por ningún principio sigue lógicas múltiples y contrarias entre sí, no esta integrado, no es coherente, cada uno elabora “a la carta” los elementos que le sirven, tomando de acá y de allá, según le parece, sin preocuparse por la coherencia; se prueba y se cambia rápidamente, nada sorprende, todo vale, no hay porque aferrarse a nada demasiado tiempo. El placer es breve y puntual, el sexo frío, las relaciones superficiales y no duraderas, además, no son excluyentes o no tienen por qué serlo.
18. Indiferencia con rostro de tolerancia. Sin la razón no se puede llegar a ningún consenso social, cabe todo, todo tiene su público, incluso las mayores extravagancias, tampoco existe, ni es posible, la verdad, ni la justicia, sólo hay infinitas micro colectividades heterogéneas entre sí, el fragmento es elogiado y constituido como el principal elemento. El bien común no existe. Hay que vivir y dejar vivir, más que guiados por la tolerancia guiados por la indiferencia.
19. El retorno de los brujos, de la magia y de una religión light, a la carta, hecha de mezcla de principios de aquí y de allá sin preocuparse por la convivencia entre elementos incoherentes. Es, el boom del esoterismo y las ciencias ocultas, en un comercio que aumenta sin cesar, es, el surgimiento de sectas destructivas, de mitos y manías... de no creer en Dios parece pasarse a creer en todo.

En resumen, los elementos claves de la postmodernidad serían: el descreimiento absoluto (no creer en nada ni en nadie, ni en convicciones, ni políticas, ni religiosas, ni morales), la incertidumbre como categoría epistemológica general, la complejidad y el desencanto.

Así cabe afirmar que
sintetizando, la postmodernidad señala el carácter obsoleto y ambivalente de la ciencia positiva que, ya no sirve, el fin del progreso (y en este sentido el fin de la historia, uno de los pocos universales que todavía quedaban vivos de la modernidad) y el desprecio por la tecnología” (Munné).

Así, frente al modernismo que prioríza las palabras sobre las imágenes, el postmodernismo priorizará la sensibilidad visual, frente a la creencia en la existencia de realidades substanciales, se valorará ahora, la forma más que los contenidos. Ante una visión racionalista o progresiva de la cultura, se planteará el mismo valor de lo de hoy que lo anterior, frente a la necesaria distancia de la realidad que debe asumir el espectador, el sumergirse en la realidad; frente a convencer, argumentar o vencer, seducir, insinuar, confundir, no identificar, frente a los límites entre disciplinas, la disolución de los mismos. En resumen, frente a la racionalidad y la seguridad, la incertidumbre asimilada que ya se encuentra, de por sí, instalada en el sujeto.


Extraído de
Frente a la posmodernidad
José Guillermo Fouce
Universidad Complutense de Madrid
Becario de Investigación del Departamento de Psicología Social de la Universidad Complutense de Madrid.

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