Las escuelas
provinciales carecen de un “Reglamento general de escuelas” que brinde un marco general a las
normas para el funcionamiento de las escuelas. A pesar de esto, y que hace
varios lustros que no se redacta uno, las escuelas funcionan. Cabe entonces
preguntarnos ¿Qué rol cumplen las normas en las escuelas? ¿Cuáles deben ser sus
aportes?
En la construcción del clima escolar el vínculo que
establecen los miembros con las normas tiene un lugar relevante. Todos sabemos
que no hay convivencia posible sin normas, sin encuadres que delimiten lo
correcto y lo incorrecto, lo justo y lo injusto, lo permitido y lo no permitido.
En este sentido, las normas escolares se constituyen en los pilares de la
convivencia, al pautar las interrelaciones de sus miembros. Disponer de normas
claras, adecuadas y justas es una condición necesaria, para que los conflictos
que surjan puedan ser encauzados correctamente según los mecanismos con los que
cada escuela pretende solucionarlos. Algunas lo hacen mediante la
participación, el diálogo y la negociación; otras buscan recursos que están más
basados en un orden disciplinar tradicional; otras, en su mayoría, muestran
indicios de la coexistencia de ambas. En todas ellas, la escuela, como espacio
privilegiado de convivencia interpersonal, social y organizacional, servirá de
modelo para construir estilos de relación.
Una vez más, cabe destacar la función indelegable de la
escuela en promover una relación con las normas acorde con el tipo de ciudadanos
que quiere formar. Pensar en una escuela democrática es apostar por la
formación de ciudadanos, que comprendan vívidamente que en el ámbito escolar
las leyes son una construcción en la que todos deben participar y que su
tratamiento da la posibilidad de deliberar en común, de fundamentar su
existencia y sentido, para que la convivencia resulte más justa. Pensar las
normas como parte de la enseñanza es concebir una escuela que puede generar
condiciones previas a su elaboración, como la de ejercitar prácticas de
opinión, de escucha, de respeto por el decir de otros, y que abre posibilidades
para pensar en propuestas diferentes a las propias, fundadas en distintos
valores y creencias. Para ello no será suficiente considerar las normas solo en
su aspecto coercitivo. Por el contrario, las normas debieran proporcionar un
marco de contención y regulación a la convivencia, basándose en valores que
benefician al colectivo y que le dan su sentido.
La normativa que respete este sentido, tendrá un efecto educador
destacado y la escuela podría convertirse en el microcosmos que promueva
aquellas competencias y actitudes cívicas, que esperamos desarrollen los
alumnos como futuros ciudadanos. Si consideramos que vivir en convivencia
implica no solo actuar en forma disciplinada, sino que cada uno encuentre su
lugar entre todos, la creación de este lugar puede ofrecer una opción para
salir de las habituales conductas de obediencia o trasgresión, a las que suelen
restringirse como únicas vías para la tramitación del conflicto.
A la pregunta de qué enseña la escuela con las normas,
Fernando Onetto responde que, en su socialización, nos enseña la presencia del
otro, limitando el deseo del niño. Enseña también a diferenciar el espacio
público del privado, pues las normas ya no son las familiares, que también
existen pero que no tienen carácter público, ni han sido aprobadas por mayoría
representativa, ni regulan los vínculos primarios con la carga afectiva que las
caracteriza; por el contrario, en la escuela las normas están escritas, se
aplican sin distinción a todos y tienen como finalidad el funcionamiento de una
institución con mandato social. Enseña a aprender el respeto por la ley y, en
este sentido, es el anticipo de la relación con la ley en la sociedad adulta.
Aprender el respeto por la norma, comprender su sentido, participar en su
producción y aceptar sus límites son un modo decisivo de aprender a respetar la
ley y constituyen una parte importante del desarrollo de una cultura
institucional democrática. La escuela enseña también el concepto de igualdad ante
la ley, pues hay un contrato básico normativo igual para todos y que todos
deben aprender a respetar y a velar por su cumplimiento. Enseña, además, a
anticipar las consecuencias y los riesgos, estableciendo la atribución de
responsabilidad en las acciones.
Reconocer que la calidad de la convivencia en la escuela es
un antecedente decisivo para promocionar una convivencia ciudadana responsable
y participativa, reconocer la necesidad de que, para avanzar en la construcción
de una democracia sana y sustentable, es necesario potenciar la acción escolar,
no implica desconocer que esa efectividad muestre cada vez mayores signos de
fisura, por el profundo proceso de transformación social que vivimos, fruto de
los cuales la escuela misma necesita revisar su sentido actual y encontrar
nuevas vías de legitimación.
Extraído de
El desafío de la convivencia escolar: apostar por la escuela
Alicia Tallone
En EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores
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