El crimen es presentado cada vez en forma más persistente como un problema para la sociedad. En los 90, desde la política, se promovió la pobreza y el consumo, dejando ver por otra parte, la inequidad y la exclusión social. No interesa el dato objetivo respecto a la criminalidad (que se puede medir en crímenes por cada cien mil habitantes), estamos bajo la ley de la “sensación de inseguridad” ¿Qué rol juegan los medios de comunicación en este contexto? ¿Cómo modificaron su actitud? ¿Se naturalizó el sensacionalismo? ¿Los medios son protagonistas?
Sin lugar a dudas, desde fines de la década del ‘90 el
crimen comienza a ser representado por los medios de comunicación como un
problema para la sociedad y el delito se incorpora como un tema usual en la
vida cotidiana.
No podemos soslayar el contexto socio político en que tiene
lugar este fenómeno. En un clima marcado por mutaciones estructurales, el
régimen de acumulación capitalista generó nuevas modalidades de trabajo,
consumo, de identidades, estilos de vida y hábitos de clase.
El pleno empleo, obsesión de los economistas de mitad del
siglo XX, dejó de ser siquiera un concepto útil. La desocupación, en cambio,
pasó a ser una etapa más de la vida que sólo algunos afortunados se salvan de
experimentar al menos una vez durante su edad laboral. Incluso la antigua
preocupación del radicalismo político por la explotación de la clase
trabajadora parece quedar vetusta al lado de la nueva amenaza para los sectores
más vulnerables de la sociedad: la exclusión. En la sociedad neoliberal, quedar
absolutamente marginado del proceso productivo es una posibilidad real.
Sin lugar a dudas, la década del 90 promovió la pobreza,
pero también posibilitó el acceso a un consumo ficcional que estallará con la
crisis de 2001, cuando las consecuencias de la implantación de un modelo
económico inequitativo mostrará su rostro más cruel. La ausencia de
perspectivas en un horizonte laboral nebuloso marcó toda una generación de jóvenes
y adultos, que fueron erosionados por el desempleo y el desencanto frente al
fin de la movilidad social. Los lazos sociales se cortaron abruptamente, la
pobreza ganó terreno en amplios sectores y el delito amateur ganó espacio como
forma de supervivencia de los jóvenes de sectores populares, que alternan sus
actividades entre la legalidad y la ilegalidad.
En este contexto ya no se procesan solo cuantitativamente
los crímenes por habitante, sino que también se alzan cifras alrededor una
categoría subjetiva: la sensación de inseguridad. Entendemos el sentimiento de
inseguridad general de una sociedad como una suerte de anticipación de un
peligro percibido, más ligado a la percepción del entorno que a la experiencia
personal.
Podemos decir que en Argentina el fenómeno tiene lugar de
una manera particular, en la que se cruzan dos dimensiones: un efecto general
de época y los cambios relacionados al propio delito. Según la Dirección Nacional
de Política Criminal del Ministerio de Seguridad, la cantidad de hechos
delictuosos se duplicó en el periodo 1991-2002 y comenzó a bajar paulatinamente
luego de la crisis del 2001, punto de mayor virulencia del crimen en el país.
Sin embargo, como lo muestran distintos estudios, la sensación de inseguridad
evoluciona con una autonomía relativa frente a las tasas reales de
criminalidad, con un crecimiento constante incluso después de 2002. De acuerdo
con la
consultora Latinobarómetro1, el crimen y la violencia pasaron
a ser las mayores preocupaciones
de la población latinoamericana en 2008, superando al
desempleo y la inflación.
Tal como explican numerosos estudios a partir de la década
del ‘90 se instala en todos los países de América Latina la preocupación por
esta temática. En la agenda política aparece un nuevo enemigo interno (los
delincuentes) que emerge como causa de todos los males en una sociedad que ya
no está dispuesta a apostar por su reinsersión social. A la par, el desarrollo
del negocio de la seguridad privada comienza su expansión en todos los espacios
considerados “riesgosos” y el uso de distintos dispositivos se volverá de uso
cotidiano en todas las capas sociales frente a la amenaza de la inseguridad.
En pocas palabras, se consolida un nuevo paradigma según el
cual vivimos en una sociedad donde hay una masa indeterminada de riesgos que
puede ser manejada y predecible en algún grado; el delito, entonces, es un
riesgo más en las grandes metrópolis, imposible de erradicar, pero posible de
ser prevenido. La lógica del prudencialismo, como forma de gobierno, impone al
individuo la responsabilidad de administrar los riesgos que experimenta: los
ciudadanos tienen que ser prudentes; ellos mismos deben protegerse contra las
vicisitudes de la enfermedad, el desempleo, incluso el delito. En Argentina,
consultoras como TNS Gallup, muestran que desde 2002 aumentó en las encuestas
la percepción de inseguridad. Asistimos a un cambio radical en el que ser
víctima del delito será un riesgo más que se corre en la vida cotidiana.
El rol de los medios
de comunicación
En paralelo, los medios de comunicación pasaron a jugar un
papel central en torno a la construcción de los discursos sobre la violencia
urbana y, como consecuencia, asistimos a una superinflación del cuestionamiento
de su rol en relación con las representaciones del delito. Se los ha señalado
como culpables de la sensación de inseguridad: se dice que exageran las
noticias, que tienen intereses o intenciones en generar pánico, que son
“sensacionalistas”.
Diferentes estudios académicos coinciden en señalar que, en
los últimos diez años, hubo un aumento en la representación mediática del
delito, tanto en los medios gráficos como audiovisuales. A la vez, se consolida
la imagen de una “nueva delincuencia” representada con la imagen de los “pibes
chorros”, caracterizados por su forma de vestir y sus gustos musicales.
Desde fines de los ‘90, entonces, la inseguridad comienza a
ser tematizada en los medios, marcando un punto de inflexión que será
acompañado por una creciente sensibilidad social. Como muestra Vilker, en este
periodo se produce en la prensa un cambio en la mirada del delincuente, que
pasará de ser un monstruo o un anormal, a ser quien inflige la ley de la sociedad. Ya no son
criminales, sino víctimas lo que se recordará. Los crímenes “salvajes”,
“bárbaros” quedarán opacados frente a los delitos que afectan la vida
cotidiana. En un in crescendo del delito en los medios, la matriz securitaria
se consolida en el año 2004, año del secuestro y asesinato del joven Axel
Blumberg. Al convertirse la ciudadanía en blanco de la inseguridad, el consumo
de noticias policiales deja de ser un ejercicio morboso para pasar a ser una
sección de consulta cotidiana ya que todos deben estar al tanto de lo que
acontece en el mundo delictivo. En términos de audiencia, el ciudadano consumidor,
que caracterizó la década del 90, será reconvertido en un ciudadano víctima, receptor
de un nuevo relato.
Es así como, en los últimos años, fuimos testigos de una
reconversión de los diarios en función de otorgarle un espacio mayor al
problema de la
Inseguridad. Los dos grandes matutinos de la Argentina,
Clarín y La Nación, le dieron un nuevo estatus a esta temática, que en
principio emerge de manera incómoda, virando de una sección a otra. De este
modo, las noticias sobre inseguridad serán protagonistas en Política,
Policiales, Información General o Ciudad, según el criterio editorial del
momento.
Esta transición de la noticia policial en noticia de inseguridad,
será el punto de partida del aggiornamiento de los medios. Así, el
relanzamiento del diseño de Clarín en 2003, entre otros cambios, incorporará el
cintillo de Inseguridad en las secciones Policiales y La Ciudad colocando esta
temática en una distancia geográfica con el lector prácticamente nula. Este
mecanismo la revela como un tópico relacionado con la incompetencia
institucional pero también como ‘percepción ciudadana’, “aunque jerarquizado por los sectores medios y ubicado en un orden que
opera en desmedro de la percepción de inseguridad de los sectores menos
favorecidos” (Marino y Rodríguez).
El diario La Nación, por su par te, incorpora paulatinamente
desde el año 2002, más noticias sobre delitos en su sección Información
General, dejando en evidencia una nueva preocupación por los casos policiales. Como
correlato, en 2012 funda una nueva sección denominada Seguridad, separándola de
Información General. Este cambio es relevante si se tiene en cuenta que el
diario, de origen tradicional, no contaba siquiera con un apartado de
Policiales y que, históricamente, le otorgó un espacio menor a las noticias
relacionadas con la
criminalidad. Sin embargo, con la transformación de la
inseguridad en un problema de interés público, el matutino inaugura esta nueva
sección que en los primeros meses aglutina noticias como la tragedia del tren
en Once, asaltos, secuestros, homicidios, y casos como el de Adriana Cruz, una
madre que ahogó a su hijo para vengarse del padre, o crímenes pasionales, que
también se acomodaban bajo esta rubrica.
En este contrato de lectura que establece el diario, se
configura una matriz enunciativa según la cual, aquel que viola la ley rompe
con la armonía societal, en la que los ciudadanos son “victimas” avasalladas en
sus derechos, pero sobre todo en su paciencia. Los hechos delictivos se
instalan en la cotidianidad del lector enmarcados en el discurso de una
sociedad atemorizada.
En los medios audiovisuales muchos noticieros comenzarán sus
programas con “el saldo de la inseguridad” del día y las páginas on line
reestructurarán su diseño web de modo que los temas relacionados con la
Inseguridad son los más destacados del home page. Es decir que asistimos a un
cambio en la concepción misma de la Seguridad en los medios, en la que la inseguridad
funciona como un significante vacío que trasciende lo delictivo, con el fin de
catalizar la sensación de incertidumbre de la opinión pública.
Entre víctimas y
victimarios
Esta focalización en la Inseguridad, se transforma en una
sección mediática estable: la cámara en el lugar del hecho, la actualización
constante de la información por Internet y la utilización de un estilo
narrativo sensacionalista conf iguraron un cambio sustancial en los contenidos
periodísticos. Ahora bien, ¿cuáles son las características de las noticias
sobre inseguridad? ¿Qué elementos la constituyen y, a la vez, la distinguen del
resto?
En trabajos previos indagamos sobre las características de
la noticias sobre inseguridad presentadas en los noticieros de televisión. Así,
a partir del análisis, sistematizamos algunos conceptos sobre la construcción
de la información mediática delictiva. En primer lugar, sostenemos que los
informativos contribuyen a crear un clima de temor usufructuando la idea de
incertidumbre e inseguridad. La primera y más importante herramienta de la cual
se sir ven para construir ese universo es una operación de generalización, que
gira en torno a un campo semántico según el cual “todos estamos en peligro
siempre”. Algunos más y otros menos, en forma expresa o de forma tácita, el
cúmulo de significaciones que se tejen en torno de un hecho violento construyen
el mismo horizonte semántico.
Por otro lado, lejos de lo que podríamos llamar la
genealogía de un hecho violento, (situar el acontecimiento en contexto) los noticieros
recurren a un mecanismo que refuerza la idea de desprotección: la puesta en
serie del hecho actual con los similares anteriores. Utilizan imágenes de
archivo para mostrar que lo que sucedió no es un hecho aislado, sino que ya
hubo sucesos parecidos, acompañadas de una voz en off que hace hincapié en el
clima de inseguridad. No se buscan las causas sociales, en cambio, se construye
a partir de la imagen y del discurso, una serie a-histórica y disruptiva,
acentuada por los efectos de la edición. Tanto en el nivel del discurso como en
de la imagen, la construcción del acontecimiento aparece signada por un tono
entre alarmista y conservador que presenta una paradoja: si bien la inseguridad
es representada con rasgos de omnipotencia e imprevisibilidad, que vuelven
imposible detenerla, a la vez es un problema que necesita una solución urgente
por par te de las autoridades, para recuperar una supuesta seguridad perdida.
Otra característica propia de la noticia sobre inseguridad
es la constitución, a partir de un caso, de lo que se llama “olas”, es decir,
una concatenación de casos similares que se presentan en serie. Este modo de
presentación provee un marco de interpretación que prueba que el caso no fue un
hecho aislado. Los criterios de selección de acontecimientos respecto del
crimen no son muy diferentes del resto de las temáticas, es decir, se narra lo
que sale de la cotidianeidad, lo que llama la atención, lo extraño. Pero, a la
vez, en los temas vinculados al mundo del hampa suelen construirse las llamadas
“olas de inseguridad” o “casos” que almacenan varios acontecimientos violentos
en paquetes de noticias, que se distribuyen a lo largo de la agenda de la información. Esta
aparente contradicción en la cobertura mediática del delito es explicada por
Míguez e Isla de este modo:
“Por un lado, hay en
el discurso de los medios un afán por detectar tendencias sociales más que
casos aislados, que se traduce en la búsqueda y registro de casos similares,
los cuales en un momento construyen ‘olas’ de delitos de rápida aparición y
desaparición. Pero este interés convive con el abordaje del caso individual,
cada vez más privilegiado para contar esas historias, que pone énfasis en el
padecimiento de víctimas inocentes, ‘héroes’ sufridos y honestos, por un lado,
y delincuentes irracionales, por otro”
Diversos estudios coinciden en señalar al sensacionalismo
como una de las características principales del tratamiento de la noticia policial.
Stella Martini lo describe como una retórica dominante, junto con la hipérbole
y lo que llama “narrativa de pseudorrevelación”. El sensacionalismo, en tanto
operación mediática, recurre a la hipérbole como una apelación a la percepción,
el conocimiento y la discusión del problema en términos “más anecdóticos que
argumentativos”. A su vez, la noticia policial exacerba la función del azar,
hecho que incide en la percepción de la inseguridad.
Por otro lado, pensar en una narrativa de pseudorrevelación,
implica considerar el efecto posible en un público al que no se le brinda “el
cierre de la historia” ya que la mayoría de las noticias policiales denunciadas
por los medios no continúa con un seguimiento de los casos hasta su desenlace
final, lo que clausura la posibilidad de reflexionar y de debatir públicamente
el problema
En síntesis, podemos decir que, la seguridad ciudadana se
posiciona en los medios como un problema de orden público que marca una agenda
con características similares en América Latina: la delincuencia como un asunto
institucional que se resuelve desde el Estado; los delitos de cuello blanco o
la corrupción no son tratados desde el periodismo como delitos que atentan
contra la seguridad ciudadana; el rol protagónico de la victima; la
caracterización del delincuente como joven y pobre.
La recepción:
perspectivas teóricas de investigación
Luego de este breve recorrido por la literatura de los estudios
sobre emisiones mediáticas vinculadas con el delito, consideramos relevante
poner en duda la imagen de una sociedad atemorizada que construyen los medios
de comunicación. Como vimos, distintas investigaciones se enfocaron en
evidenciar las representaciones de tinte sensacionalista en las noticias
policiales. Pero pocos estudios en la región latinoamericana trabajaron el
impacto de estas operaciones mediáticas en la audiencia, es decir el modo en
que estas narrativas se entrelazan en la vida cotidiana y si tienen algún
efecto en las prácticas preventivas que se adoptan.
Para ref lexionar sobre esta problemática, par timos del
supuesto de que todo lo que se emite en los medios de comunicación relacionado
con cier to devenir signado por la incertidumbre, no siempre generará lo mismo
en la audiencia.
Lejos de una teoría mecanicista, entendemos que la recepción
es un momento del proceso de consumo atravesado por múltiples mediaciones, que
actuarán en mayor o menor medida según el contexto político social. Así, coincidimos
con De la Peza Casares
cuando, en lugar de recepción, (concepto más ligado a las etnografías de
audiencias) propone pensar en “procesos de significación”, con el f in de
comprender los nudos de significación que anidan los discursos de distintos
sujetos determinados socio históricamente en su interrelación con los discursos
que reciben de múltiples fuentes institucionales e interpersonales.
En este marco nos preguntamos: ¿Cómo interpretan los sujetos
a los medios cuando hablan de “la inseguridad” y cómo decodifican la
información sobre el delito urbano? ¿Existe alguna relación entre el
crecimiento de la sensación de inseguridad y el avance de la representación de
lo inseguro en los medios? ¿Los medios son responsables de los climas de
conmoción social? Consideramos que la pregunta por lo que la gente hace con los
medios sigue vigente, y en un contexto signado por la preponderancia del
sentimiento de inseguridad, cobra relevancia dilucidar su rol en esta construcción
emocional-cognitiva.
Datos elocuentes indican que el nivel de consumo de medios
para informarse es relativamente alto en la región latinoamericana. Entre los
que consumen más noticias (y confían en esa información) se encuentran Uruguay
(81,3%), Panamá (79%), Jamaica (78,5%) y Costa Rica (78,5%). Siguen, entre
otros, Chile y Perú (72,4%), Argentina (61,6%), México (55,4%), y Brasil
(53,6%).
Para pensar en la relación entre emisión, circulación y
recepción, par timos del papel relevante que las representaciones mediáticas
adquieren en las actuales sociedades mediatizadas, y las modalidades específicas
(de congruencia, contradicción o resiliencia) en que los distintos sujetos
incorporan significados, imágenes y narrativas provenientes de los tex tos
mediáticos (Hall, 1980).
A la hora de analizar el impacto de los temas de seguridad,
una primera cuestión que surge, es que si bien no hay acuerdo entre estudios
que muestren una relación directa entre la relevancia que los medios le otorgan
a las noticias relacionadas con la delincuencia, y el aumento del temor
ciudadano, sí hay consenso en que los medios contribuyen a crear una agenda
social sobre delitos existentes y riesgos posibles.
Este escenario nos permite inferir, a modo de hipótesis, que
la alta exposición mediática de lo criminal y de lo inseguro podría tener
alguna incidencia en la expansión del sentimiento de inseguridad, siempre que
exista una “consonancia intersubjetiva”, es decir que aquello que aparece en
los medios tenga algún tipo de confirmación con lo que las personas perciben a
su alrededor y amplifique el temor u otros sentimientos.
El pasaje de la producción o emisión a la recepción– circulación
necesariamente mostrará significaciones distintas a las que se pueden encontrar
en un solo lado de la construcción del sentido. Aunque existe cierta vacancia
de investigaciones sobre el tema en los países latinoamericanos, quizás por los
altos costos que implican los trabajos empíricos de esta índole, diversos
estudios internacionales han sistematizado algunos debates, que consideramos
interesante exponer para reflexionar sobre el fenómeno. Principalmente estudios
anglosajones se ref irieron al lugar de difusión de los medios y a su
interpretación por par te de las audiencias en una “cultura del miedo”.
Así, por ejemplo, Allen Liska y Willian Baccaglini aseguran
que la cotidianidad de imágenes relacionadas con lo delictivo genera una
pérdida de impacto por la
repetición. Los entrevistados reconocieron que los delitos
sólo les provocaban temor cuando las noticias eran locales, cuando se trataba
de una víctima aleatoria o era posible identif icarse con ella. Caso contrario,
lo que aparecía en sus discursos era la consolidación de una sensación de
seguridad local, es decir el relato de “acá estamos mejor porque no roban tanto
como en otros lugares”. Las noticias sobre robos o asesinatos en otros puntos
del país, lograban reforzar la opinión positiva sobre la seguridad del barrio a
la que enaltecían por comparación.
Otros investigadores especializados relativizan la relación
de las noticias en el miedo al crimen e incorporan otras variables que inciden
en él, tales como la fuente que emite la información y el lugar donde sucedió el
crimen. Es decir, que la confiabilidad en un canal de noticias, o en un diario
determinado, podía generar una influencia mayor que la misma información
emitida por otros medios de menor credibilidad para los entrevistados.
Asimismo, la cercanía física con el lugar donde se cometió el delito operaba
como un mecanismo activador del sentimiento de indefensión y desprotección de
los ciudadanos. En esos casos, la presentación de las noticias, generalmente
acompañada por un mapa virtual, aumenta el temor de la audiencia. También
es necesario tener en cuenta diversas variables, tales como las tasas reales de
delitos, la experiencia previa como víctima, y la percepción de las noticias
como “realistas” o “exageradas”, que influyen en el modo del consumo.
Pero, ¿por qué centrarse sólo en el rol de las noticias? A
decir verdad, distintos géneros televisivos representan situaciones
relacionadas con el mundo del delito, tanto desde la ficción como de la no
ficción, como por ejemplo, películas, series, realities shows, programas
magazines y de entretenimiento. Estos géneros, muy populares en el mundo
anglosajón, se emiten en casi todos lados por medio de la televisión satelital
y, en los últimos años, también gracias a la expansión de Internet. Por
ejemplo, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, proliferan las series
televisivas que hacen recreaciones sobre situaciones delictivas (crimedrama),
así como programas sensacionalistas, de entretenimiento o reality shows de
policías. Algunos estudios han mostrado que las series de ficción tienen más
influencia que los noticieros y aseguran que la audiencia de crimedrama
aprehende de las narrativas mediáticas el uso de medidas preventivas frente a
ciertas situaciones (como casos de ataque sexual en la vía pública, o un robo a
mano armada) de las representaciones ficcionalizadas. Otros le reservan un rol
importante a los realities show de policías tanto en la consolidación de una
imagen estereotipada del criminal como en la configuración del sentimiento de
inseguridad. Si bien en Argentina no es común la producción de este tipo de
género, existen algunos ejemplos como Policías en Acción, Tumberos o Cárceles
que representan, desde una mirada que se pretende subalterna, el mundo del
delito.
A par tir de estos avances entendemos que nos enfrentamos a
un consumidor mediático activo, cuya recepción no es lineal, sino crítica. A la
vez, podemos asegurar que los contenidos de los medios no ocupan un lugar claro
de legitimidad y son puestos en cuestión cuando “construyen una realidad” que
no tiene relación con su experiencia cotidiana.
Comentarios finales
Como expusimos en el comienzo de este artículo, consideramos
que en la actualidad los medios de comunicación son protagonistas en la
construcción de un entorno de incertidumbre social. En palabras de Kessler la
televisión, en tanto experiencia vicaria central, es una de las formas de
victimización indirecta más importante, por lo que consideramos relevante
dilucidar el modo en que las operaciones mediáticas sobre la inseguridad se
solidifican en prácticas de prevención del delito, o en otras acciones y/o
formas de pensamiento.
Sin embargo, más allá de una acusación general, tan en boga
en estos momentos, es necesario someter a las audiencias a un trabajo empírico
para establecer si los medios de comunicación ejercen un rol como responsables
o posibilitadores en la construcción de la “inseguridad”. En este marco nos
preguntamos: ¿cómo indagar empíricamente tanto en la producción como en la
circulación y el consumo de las narrativas mediáticas delictivas? ¿De qué modo
dar cuenta de los nudos, de las imbricaciones de sentido que se configuran en
cada momento?
Cuando pensamos en el modo de investigar las
interpretaciones que los sujetos hacen de las noticias sobre delitos, nos
encontramos con un gran desafío. Por un lado, el que presentan los estudios de
recepción en general, donde, a pesar de los intentos de distintas escuelas, no
se ha llegado a una unificación de criterios en términos metodológicos. Por
otro, la dificultad de captar los distintos sentimientos que se generan en las
interpretaciones mediáticas delictivas.
Sin embargo, consideramos que vislumbrar el modo en que se
reciben y circulan las representaciones que hacen los medios sobre el delito, y
dilucidar si éstos inciden en la construcción de la sensación de inseguridad,
colaborará en la elaboración de políticas públicas acordes para bajar los
índices de la llamada sensación de inseguridad.
Más allá de lo que se expone en los diferentes estudios,
entendemos que es imposible imaginar una distancia absoluta entre los discursos
mediáticos y aquellos de la sociedad que los consume. La noticia sobre el
crimen hace sentido en las conversaciones sociales, propone un diálogo y
establece una apuesta en el espacio público, es decir que los medios no operan
aisladamente, sino que su influencia se interrelaciona con otras fuentes de
información como los rumores, las anécdotas, etc.
El imaginario del miedo y la inseguridad es par te de un
conjunto de signif icaciones que si bien excede a los medios, se alimenta
constantemente de ellos.
Este artículo pretendió aportar algunas reflexiones sobre el
lugar de los medios y su responsabilidad en la construcción de la sensación de
inseguridad así como en diversos comportamientos tanto en el espacio público
como privado (por ejemplo, el uso de dispositivos de seguridad que servirían
para atenuar el miedo). El divorcio entre índices delictivos y la percepción
del riesgo continúa hasta nuestros días, motivo por el que -según entendemos gana
relevancia el discurso mediático en el imaginario que una sociedad tiene de sí
misma.
Extraído de
La Trama de la Comunicación
Volumen 17 Enero-Diciembre de 2013 / p. 163-174 / ISSN
1668-5628 ISSN digital 2314-2634
Inseguridad: En busca del rol de los medios de comunicación –
Autora Brenda Focás
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