martes, 19 de noviembre de 2013

Inseguridad: En busca del rol de los medios de comunicación


El crimen es presentado cada vez en forma más persistente como un problema para la sociedad. En los 90, desde la política, se promovió la pobreza y el consumo, dejando ver por otra parte, la inequidad y la exclusión social. No interesa el dato objetivo respecto a la criminalidad (que se puede medir en crímenes por cada cien mil habitantes), estamos bajo la ley de la “sensación de inseguridad” ¿Qué rol juegan los medios de comunicación en este contexto? ¿Cómo modificaron su actitud? ¿Se naturalizó el sensacionalismo? ¿Los medios son protagonistas?

 

Sin lugar a dudas, desde fines de la década del ‘90 el crimen comienza a ser representado por los medios de comunicación como un problema para la sociedad y el delito se incorpora como un tema usual en la vida cotidiana.

No podemos soslayar el contexto socio político en que tiene lugar este fenómeno. En un clima marcado por mutaciones estructurales, el régimen de acumulación capitalista generó nuevas modalidades de trabajo, consumo, de identidades, estilos de vida y hábitos de clase.

El pleno empleo, obsesión de los economistas de mitad del siglo XX, dejó de ser siquiera un concepto útil. La desocupación, en cambio, pasó a ser una etapa más de la vida que sólo algunos afortunados se salvan de experimentar al menos una vez durante su edad laboral. Incluso la antigua preocupación del radicalismo político por la explotación de la clase trabajadora parece quedar vetusta al lado de la nueva amenaza para los sectores más vulnerables de la sociedad: la exclusión. En la sociedad neoliberal, quedar absolutamente marginado del proceso productivo es una posibilidad real.

Sin lugar a dudas, la década del 90 promovió la pobreza, pero también posibilitó el acceso a un consumo ficcional que estallará con la crisis de 2001, cuando las consecuencias de la implantación de un modelo económico inequitativo mostrará su rostro más cruel. La ausencia de perspectivas en un horizonte laboral nebuloso marcó toda una generación de jóvenes y adultos, que fueron erosionados por el desempleo y el desencanto frente al fin de la movilidad social. Los lazos sociales se cortaron abruptamente, la pobreza ganó terreno en amplios sectores y el delito amateur ganó espacio como forma de supervivencia de los jóvenes de sectores populares, que alternan sus actividades entre la legalidad y la ilegalidad.

En este contexto ya no se procesan solo cuantitativamente los crímenes por habitante, sino que también se alzan cifras alrededor una categoría subjetiva: la sensación de inseguridad. Entendemos el sentimiento de inseguridad general de una sociedad como una suerte de anticipación de un peligro percibido, más ligado a la percepción del entorno que a la experiencia personal.

Podemos decir que en Argentina el fenómeno tiene lugar de una manera particular, en la que se cruzan dos dimensiones: un efecto general de época y los cambios relacionados al propio delito. Según la Dirección Nacional de Política Criminal del Ministerio de Seguridad, la cantidad de hechos delictuosos se duplicó en el periodo 1991-2002 y comenzó a bajar paulatinamente luego de la crisis del 2001, punto de mayor virulencia del crimen en el país. Sin embargo, como lo muestran distintos estudios, la sensación de inseguridad evoluciona con una autonomía relativa frente a las tasas reales de criminalidad, con un crecimiento constante incluso después de 2002. De acuerdo con la consultora Latinobarómetro1, el crimen y la violencia pasaron a ser las mayores preocupaciones
de la población latinoamericana en 2008, superando al desempleo y la inflación.

Tal como explican numerosos estudios a partir de la década del ‘90 se instala en todos los países de América Latina la preocupación por esta temática. En la agenda política aparece un nuevo enemigo interno (los delincuentes) que emerge como causa de todos los males en una sociedad que ya no está dispuesta a apostar por su reinsersión social. A la par, el desarrollo del negocio de la seguridad privada comienza su expansión en todos los espacios considerados “riesgosos” y el uso de distintos dispositivos se volverá de uso cotidiano en todas las capas sociales frente a la amenaza de la inseguridad.

En pocas palabras, se consolida un nuevo paradigma según el cual vivimos en una sociedad donde hay una masa indeterminada de riesgos que puede ser manejada y predecible en algún grado; el delito, entonces, es un riesgo más en las grandes metrópolis, imposible de erradicar, pero posible de ser prevenido. La lógica del prudencialismo, como forma de gobierno, impone al individuo la responsabilidad de administrar los riesgos que experimenta: los ciudadanos tienen que ser prudentes; ellos mismos deben protegerse contra las vicisitudes de la enfermedad, el desempleo, incluso el delito. En Argentina, consultoras como TNS Gallup, muestran que desde 2002 aumentó en las encuestas la percepción de inseguridad. Asistimos a un cambio radical en el que ser víctima del delito será un riesgo más que se corre en la vida cotidiana.

El rol de los medios de comunicación
En paralelo, los medios de comunicación pasaron a jugar un papel central en torno a la construcción de los discursos sobre la violencia urbana y, como consecuencia, asistimos a una superinflación del cuestionamiento de su rol en relación con las representaciones del delito. Se los ha señalado como culpables de la sensación de inseguridad: se dice que exageran las noticias, que tienen intereses o intenciones en generar pánico, que son “sensacionalistas”.

Diferentes estudios académicos coinciden en señalar que, en los últimos diez años, hubo un aumento en la representación mediática del delito, tanto en los medios gráficos como audiovisuales. A la vez, se consolida la imagen de una “nueva delincuencia” representada con la imagen de los “pibes chorros”, caracterizados por su forma de vestir y sus gustos musicales.

Desde fines de los ‘90, entonces, la inseguridad comienza a ser tematizada en los medios, marcando un punto de inflexión que será acompañado por una creciente sensibilidad social. Como muestra Vilker, en este periodo se produce en la prensa un cambio en la mirada del delincuente, que pasará de ser un monstruo o un anormal, a ser quien inflige la ley de la sociedad. Ya no son criminales, sino víctimas lo que se recordará. Los crímenes “salvajes”, “bárbaros” quedarán opacados frente a los delitos que afectan la vida cotidiana. En un in crescendo del delito en los medios, la matriz securitaria se consolida en el año 2004, año del secuestro y asesinato del joven Axel Blumberg. Al convertirse la ciudadanía en blanco de la inseguridad, el consumo de noticias policiales deja de ser un ejercicio morboso para pasar a ser una sección de consulta cotidiana ya que todos deben estar al tanto de lo que acontece en el mundo delictivo. En términos de audiencia, el ciudadano consumidor, que caracterizó la década del 90, será reconvertido en un ciudadano víctima, receptor de un nuevo relato.

Es así como, en los últimos años, fuimos testigos de una reconversión de los diarios en función de otorgarle un espacio mayor al problema de la Inseguridad. Los dos grandes matutinos de la Argentina, Clarín y La Nación, le dieron un nuevo estatus a esta temática, que en principio emerge de manera incómoda, virando de una sección a otra. De este modo, las noticias sobre inseguridad serán protagonistas en Política, Policiales, Información General o Ciudad, según el criterio editorial del momento.

Esta transición de la noticia policial en noticia de inseguridad, será el punto de partida del aggiornamiento de los medios. Así, el relanzamiento del diseño de Clarín en 2003, entre otros cambios, incorporará el cintillo de Inseguridad en las secciones Policiales y La Ciudad colocando esta temática en una distancia geográfica con el lector prácticamente nula. Este mecanismo la revela como un tópico relacionado con la incompetencia institucional pero también como ‘percepción ciudadana’, “aunque jerarquizado por los sectores medios y ubicado en un orden que opera en desmedro de la percepción de inseguridad de los sectores menos favorecidos” (Marino y Rodríguez).

El diario La Nación, por su par te, incorpora paulatinamente desde el año 2002, más noticias sobre delitos en su sección Información General, dejando en evidencia una nueva preocupación por los casos policiales. Como correlato, en 2012 funda una nueva sección denominada Seguridad, separándola de Información General. Este cambio es relevante si se tiene en cuenta que el diario, de origen tradicional, no contaba siquiera con un apartado de Policiales y que, históricamente, le otorgó un espacio menor a las noticias relacionadas con la criminalidad. Sin embargo, con la transformación de la inseguridad en un problema de interés público, el matutino inaugura esta nueva sección que en los primeros meses aglutina noticias como la tragedia del tren en Once, asaltos, secuestros, homicidios, y casos como el de Adriana Cruz, una madre que ahogó a su hijo para vengarse del padre, o crímenes pasionales, que también se acomodaban bajo esta rubrica.
En este contrato de lectura que establece el diario, se configura una matriz enunciativa según la cual, aquel que viola la ley rompe con la armonía societal, en la que los ciudadanos son “victimas” avasalladas en sus derechos, pero sobre todo en su paciencia. Los hechos delictivos se instalan en la cotidianidad del lector enmarcados en el discurso de una sociedad atemorizada.

En los medios audiovisuales muchos noticieros comenzarán sus programas con “el saldo de la inseguridad” del día y las páginas on line reestructurarán su diseño web de modo que los temas relacionados con la Inseguridad son los más destacados del home page. Es decir que asistimos a un cambio en la concepción misma de la Seguridad en los medios, en la que la inseguridad funciona como un significante vacío que trasciende lo delictivo, con el fin de catalizar la sensación de incertidumbre de la opinión pública.

Entre víctimas y victimarios
Esta focalización en la Inseguridad, se transforma en una sección mediática estable: la cámara en el lugar del hecho, la actualización constante de la información por Internet y la utilización de un estilo narrativo sensacionalista conf iguraron un cambio sustancial en los contenidos periodísticos. Ahora bien, ¿cuáles son las características de las noticias sobre inseguridad? ¿Qué elementos la constituyen y, a la vez, la distinguen del resto?

En trabajos previos indagamos sobre las características de la noticias sobre inseguridad presentadas en los noticieros de televisión. Así, a partir del análisis, sistematizamos algunos conceptos sobre la construcción de la información mediática delictiva. En primer lugar, sostenemos que los informativos contribuyen a crear un clima de temor usufructuando la idea de incertidumbre e inseguridad. La primera y más importante herramienta de la cual se sir ven para construir ese universo es una operación de generalización, que gira en torno a un campo semántico según el cual “todos estamos en peligro siempre”. Algunos más y otros menos, en forma expresa o de forma tácita, el cúmulo de significaciones que se tejen en torno de un hecho violento construyen el mismo horizonte semántico.

Por otro lado, lejos de lo que podríamos llamar la genealogía de un hecho violento, (situar el acontecimiento en contexto) los noticieros recurren a un mecanismo que refuerza la idea de desprotección: la puesta en serie del hecho actual con los similares anteriores. Utilizan imágenes de archivo para mostrar que lo que sucedió no es un hecho aislado, sino que ya hubo sucesos parecidos, acompañadas de una voz en off que hace hincapié en el clima de inseguridad. No se buscan las causas sociales, en cambio, se construye a partir de la imagen y del discurso, una serie a-histórica y disruptiva, acentuada por los efectos de la edición. Tanto en el nivel del discurso como en de la imagen, la construcción del acontecimiento aparece signada por un tono entre alarmista y conservador que presenta una paradoja: si bien la inseguridad es representada con rasgos de omnipotencia e imprevisibilidad, que vuelven imposible detenerla, a la vez es un problema que necesita una solución urgente por par te de las autoridades, para recuperar una supuesta seguridad perdida.

Otra característica propia de la noticia sobre inseguridad es la constitución, a partir de un caso, de lo que se llama “olas”, es decir, una concatenación de casos similares que se presentan en serie. Este modo de presentación provee un marco de interpretación que prueba que el caso no fue un hecho aislado. Los criterios de selección de acontecimientos respecto del crimen no son muy diferentes del resto de las temáticas, es decir, se narra lo que sale de la cotidianeidad, lo que llama la atención, lo extraño. Pero, a la vez, en los temas vinculados al mundo del hampa suelen construirse las llamadas “olas de inseguridad” o “casos” que almacenan varios acontecimientos violentos en paquetes de noticias, que se distribuyen a lo largo de la agenda de la información. Esta aparente contradicción en la cobertura mediática del delito es explicada por Míguez e Isla de este modo:

Por un lado, hay en el discurso de los medios un afán por detectar tendencias sociales más que casos aislados, que se traduce en la búsqueda y registro de casos similares, los cuales en un momento construyen ‘olas’ de delitos de rápida aparición y desaparición. Pero este interés convive con el abordaje del caso individual, cada vez más privilegiado para contar esas historias, que pone énfasis en el padecimiento de víctimas inocentes, ‘héroes’ sufridos y honestos, por un lado, y delincuentes irracionales, por otro

Diversos estudios coinciden en señalar al sensacionalismo como una de las características principales del tratamiento de la noticia policial. Stella Martini lo describe como una retórica dominante, junto con la hipérbole y lo que llama “narrativa de pseudorrevelación”. El sensacionalismo, en tanto operación mediática, recurre a la hipérbole como una apelación a la percepción, el conocimiento y la discusión del problema en términos “más anecdóticos que argumentativos”. A su vez, la noticia policial exacerba la función del azar, hecho que incide en la percepción de la inseguridad.

Por otro lado, pensar en una narrativa de pseudorrevelación, implica considerar el efecto posible en un público al que no se le brinda “el cierre de la historia” ya que la mayoría de las noticias policiales denunciadas por los medios no continúa con un seguimiento de los casos hasta su desenlace final, lo que clausura la posibilidad de reflexionar y de debatir públicamente el problema
En síntesis, podemos decir que, la seguridad ciudadana se posiciona en los medios como un problema de orden público que marca una agenda con características similares en América Latina: la delincuencia como un asunto institucional que se resuelve desde el Estado; los delitos de cuello blanco o la corrupción no son tratados desde el periodismo como delitos que atentan contra la seguridad ciudadana; el rol protagónico de la victima; la caracterización del delincuente como joven y pobre.

La recepción: perspectivas teóricas de investigación
Luego de este breve recorrido por la literatura de los estudios sobre emisiones mediáticas vinculadas con el delito, consideramos relevante poner en duda la imagen de una sociedad atemorizada que construyen los medios de comunicación. Como vimos, distintas investigaciones se enfocaron en evidenciar las representaciones de tinte sensacionalista en las noticias policiales. Pero pocos estudios en la región latinoamericana trabajaron el impacto de estas operaciones mediáticas en la audiencia, es decir el modo en que estas narrativas se entrelazan en la vida cotidiana y si tienen algún efecto en las prácticas preventivas que se adoptan.

Para ref lexionar sobre esta problemática, par timos del supuesto de que todo lo que se emite en los medios de comunicación relacionado con cier to devenir signado por la incertidumbre, no siempre generará lo mismo en la audiencia. Lejos de una teoría mecanicista, entendemos que la recepción es un momento del proceso de consumo atravesado por múltiples mediaciones, que actuarán en mayor o menor medida según el contexto político social. Así, coincidimos con De la Peza Casares cuando, en lugar de recepción, (concepto más ligado a las etnografías de audiencias) propone pensar en “procesos de significación”, con el f in de comprender los nudos de significación que anidan los discursos de distintos sujetos determinados socio históricamente en su interrelación con los discursos que reciben de múltiples fuentes institucionales e interpersonales.

En este marco nos preguntamos: ¿Cómo interpretan los sujetos a los medios cuando hablan de “la inseguridad” y cómo decodifican la información sobre el delito urbano? ¿Existe alguna relación entre el crecimiento de la sensación de inseguridad y el avance de la representación de lo inseguro en los medios? ¿Los medios son responsables de los climas de conmoción social? Consideramos que la pregunta por lo que la gente hace con los medios sigue vigente, y en un contexto signado por la preponderancia del sentimiento de inseguridad, cobra relevancia dilucidar su rol en esta construcción emocional-cognitiva.

Datos elocuentes indican que el nivel de consumo de medios para informarse es relativamente alto en la región latinoamericana. Entre los que consumen más noticias (y confían en esa información) se encuentran Uruguay (81,3%), Panamá (79%), Jamaica (78,5%) y Costa Rica (78,5%). Siguen, entre otros, Chile y Perú (72,4%), Argentina (61,6%), México (55,4%), y Brasil (53,6%).

Para pensar en la relación entre emisión, circulación y recepción, par timos del papel relevante que las representaciones mediáticas adquieren en las actuales sociedades mediatizadas, y las modalidades específicas (de congruencia, contradicción o resiliencia) en que los distintos sujetos incorporan significados, imágenes y narrativas provenientes de los tex tos mediáticos (Hall, 1980).
A la hora de analizar el impacto de los temas de seguridad, una primera cuestión que surge, es que si bien no hay acuerdo entre estudios que muestren una relación directa entre la relevancia que los medios le otorgan a las noticias relacionadas con la delincuencia, y el aumento del temor ciudadano, sí hay consenso en que los medios contribuyen a crear una agenda social sobre delitos existentes y riesgos posibles.

Este escenario nos permite inferir, a modo de hipótesis, que la alta exposición mediática de lo criminal y de lo inseguro podría tener alguna incidencia en la expansión del sentimiento de inseguridad, siempre que exista una “consonancia intersubjetiva”, es decir que aquello que aparece en los medios tenga algún tipo de confirmación con lo que las personas perciben a su alrededor y amplifique el temor u otros sentimientos.

El pasaje de la producción o emisión a la recepción– circulación necesariamente mostrará significaciones distintas a las que se pueden encontrar en un solo lado de la construcción del sentido. Aunque existe cierta vacancia de investigaciones sobre el tema en los países latinoamericanos, quizás por los altos costos que implican los trabajos empíricos de esta índole, diversos estudios internacionales han sistematizado algunos debates, que consideramos interesante exponer para reflexionar sobre el fenómeno. Principalmente estudios anglosajones se ref irieron al lugar de difusión de los medios y a su interpretación por par te de las audiencias en una “cultura del miedo”.

Así, por ejemplo, Allen Liska y Willian Baccaglini aseguran que la cotidianidad de imágenes relacionadas con lo delictivo genera una pérdida de impacto por la repetición. Los entrevistados reconocieron que los delitos sólo les provocaban temor cuando las noticias eran locales, cuando se trataba de una víctima aleatoria o era posible identif icarse con ella. Caso contrario, lo que aparecía en sus discursos era la consolidación de una sensación de seguridad local, es decir el relato de “acá estamos mejor porque no roban tanto como en otros lugares”. Las noticias sobre robos o asesinatos en otros puntos del país, lograban reforzar la opinión positiva sobre la seguridad del barrio a la que enaltecían por comparación.

Otros investigadores especializados relativizan la relación de las noticias en el miedo al crimen e incorporan otras variables que inciden en él, tales como la fuente que emite la información y el lugar donde sucedió el crimen. Es decir, que la confiabilidad en un canal de noticias, o en un diario determinado, podía generar una influencia mayor que la misma información emitida por otros medios de menor credibilidad para los entrevistados. Asimismo, la cercanía física con el lugar donde se cometió el delito operaba como un mecanismo activador del sentimiento de indefensión y desprotección de los ciudadanos. En esos casos, la presentación de las noticias, generalmente acompañada por un mapa virtual, aumenta el temor de la audiencia. También es necesario tener en cuenta diversas variables, tales como las tasas reales de delitos, la experiencia previa como víctima, y la percepción de las noticias como “realistas” o “exageradas”, que influyen en el modo del consumo.

Pero, ¿por qué centrarse sólo en el rol de las noticias? A decir verdad, distintos géneros televisivos representan situaciones relacionadas con el mundo del delito, tanto desde la ficción como de la no ficción, como por ejemplo, películas, series, realities shows, programas magazines y de entretenimiento. Estos géneros, muy populares en el mundo anglosajón, se emiten en casi todos lados por medio de la televisión satelital y, en los últimos años, también gracias a la expansión de Internet. Por ejemplo, tanto en Estados Unidos como en Gran Bretaña, proliferan las series televisivas que hacen recreaciones sobre situaciones delictivas (crimedrama), así como programas sensacionalistas, de entretenimiento o reality shows de policías. Algunos estudios han mostrado que las series de ficción tienen más influencia que los noticieros y aseguran que la audiencia de crimedrama aprehende de las narrativas mediáticas el uso de medidas preventivas frente a ciertas situaciones (como casos de ataque sexual en la vía pública, o un robo a mano armada) de las representaciones ficcionalizadas. Otros le reservan un rol importante a los realities show de policías tanto en la consolidación de una imagen estereotipada del criminal como en la configuración del sentimiento de inseguridad. Si bien en Argentina no es común la producción de este tipo de género, existen algunos ejemplos como Policías en Acción, Tumberos o Cárceles que representan, desde una mirada que se pretende subalterna, el mundo del delito.

A par tir de estos avances entendemos que nos enfrentamos a un consumidor mediático activo, cuya recepción no es lineal, sino crítica. A la vez, podemos asegurar que los contenidos de los medios no ocupan un lugar claro de legitimidad y son puestos en cuestión cuando “construyen una realidad” que no tiene relación con su experiencia cotidiana.

Comentarios finales
Como expusimos en el comienzo de este artículo, consideramos que en la actualidad los medios de comunicación son protagonistas en la construcción de un entorno de incertidumbre social. En palabras de Kessler la televisión, en tanto experiencia vicaria central, es una de las formas de victimización indirecta más importante, por lo que consideramos relevante dilucidar el modo en que las operaciones mediáticas sobre la inseguridad se solidifican en prácticas de prevención del delito, o en otras acciones y/o formas de pensamiento.

Sin embargo, más allá de una acusación general, tan en boga en estos momentos, es necesario someter a las audiencias a un trabajo empírico para establecer si los medios de comunicación ejercen un rol como responsables o posibilitadores en la construcción de la “inseguridad”. En este marco nos preguntamos: ¿cómo indagar empíricamente tanto en la producción como en la circulación y el consumo de las narrativas mediáticas delictivas? ¿De qué modo dar cuenta de los nudos, de las imbricaciones de sentido que se configuran en cada momento?

Cuando pensamos en el modo de investigar las interpretaciones que los sujetos hacen de las noticias sobre delitos, nos encontramos con un gran desafío. Por un lado, el que presentan los estudios de recepción en general, donde, a pesar de los intentos de distintas escuelas, no se ha llegado a una unificación de criterios en términos metodológicos. Por otro, la dificultad de captar los distintos sentimientos que se generan en las interpretaciones mediáticas delictivas.

Sin embargo, consideramos que vislumbrar el modo en que se reciben y circulan las representaciones que hacen los medios sobre el delito, y dilucidar si éstos inciden en la construcción de la sensación de inseguridad, colaborará en la elaboración de políticas públicas acordes para bajar los índices de la llamada sensación de inseguridad.

Más allá de lo que se expone en los diferentes estudios, entendemos que es imposible imaginar una distancia absoluta entre los discursos mediáticos y aquellos de la sociedad que los consume. La noticia sobre el crimen hace sentido en las conversaciones sociales, propone un diálogo y establece una apuesta en el espacio público, es decir que los medios no operan aisladamente, sino que su influencia se interrelaciona con otras fuentes de información como los rumores, las anécdotas, etc.
El imaginario del miedo y la inseguridad es par te de un conjunto de signif icaciones que si bien excede a los medios, se alimenta constantemente de ellos.

Este artículo pretendió aportar algunas reflexiones sobre el lugar de los medios y su responsabilidad en la construcción de la sensación de inseguridad así como en diversos comportamientos tanto en el espacio público como privado (por ejemplo, el uso de dispositivos de seguridad que servirían para atenuar el miedo). El divorcio entre índices delictivos y la percepción del riesgo continúa hasta nuestros días, motivo por el que -según entendemos gana relevancia el discurso mediático en el imaginario que una sociedad tiene de sí misma.



Extraído de
La Trama de la Comunicación
Volumen 17 Enero-Diciembre de 2013 / p. 163-174 / ISSN 1668-5628 ISSN digital 2314-2634
Inseguridad: En busca del rol de los medios de comunicación –
Autora Brenda Focás

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