¿Es el docente una
víctima o el culpable de los males de la Educación? ¿Bajo qué enfoque se puede
sostener algunas de esas manifestaciones? ¿Es entonces la tarea docente
intrascendente? ¿Es una preocupación en algún ámbito la labor de los
enseñantes? En los siguientes párrafos se reflexiona sobre el tema.
Comencemos por decir que existen, al menos, tres
discursos tradicionales sobre los docentes que han agotado sus posibilidades de
explicar los problemas y de inspirar líneas de acción. En primer lugar, se ha
agotado definitivamente el discurso basado en el reconocimiento meramente
retórico de la importancia del trabajo de los educadores. Al respecto, todos
hemos sido testigos durante las últimas décadas - particularmente en los
discursos políticos - de la disociación existente entre el reconocimiento de la
importancia de los docentes por un lado, y la ausencia de medidas concretas, ya
sea desde el punto de vista financiero, de los niveles de participación en la
gestión o del mejoramiento de los procesos de formación docente, por el otro.
Esta disociación tiene dimensiones muy significativas en los países en
desarrollo y se acentuó aun más en las últimas décadas, en el marco de las
políticas de ajuste estructural que produjeron un descenso muy importante en la
inversión educativa. Como se sabe, la principal variable de ajuste del
presupuesto educativo es el salario docente y su reducción provocó una serie de
fenómenos bien conocidos: desmoralización, abandono de la profesión,
ausentismo, búsqueda de otros empleos y, en definitiva, un impacto negativo
sobre la calidad de la educación ofrecida a la población. Este
proceso, es importante reconocerlo, ya había comenzado antes del período de
crisis y de aplicación de las políticas de ajuste. Pero la experiencia de estas
últimas décadas agravó significativamente el problema y mostró que no es
posible seguir manteniendo el doble discurso de reconocimiento retórico y de
deterioro real.
El segundo discurso tradicional sobre los docentes
que también ha agotado sus posibilidades es el que se basa en la visión del
docente ya sea como una "víctima" del sistema o como
"culpable" de sus malos resultados. La visión del docente como
“víctima” pone todo el acento en el problema de las condiciones de trabajo y en
las carencias materiales de los docentes, relegando a un segundo plano la
discusión de su función educativa. En los últimos años, sin embargo, se
expandió un discurso alternativo, que tendió a percibir al docente como
"culpable". Este discurso tuvo dos versiones, de origen ideológico
muy diferente. Desde una concepción inspirada en las políticas neoliberales,
los docentes fueron considerados responsables de los mediocres resultados de
aprendizaje obtenidos en los tests y en otras mediciones del rendimiento
escolar aplicados en diversos países. Desde las teorías críticas de la
educación, en cambio, el docente fue percibido como el actor a través del cual
se reproducen las relaciones sociales de dominación, lo cual se expresa a
través de la discriminación hacia los alumnos de origen social, étnico o
cultural diferente al dominante, del autoritarismo de las relaciones
pedagógicas y de la transmisión de los valores propios de las relaciones de
dominación. Obviamente, no es posible efectuar aquí un análisis objetivo de los
diversos factores que explican los diferentes resultados educativos, pero lo
cierto es que reducir la discusión a la alternativa "víctima -
culpable" no sólo no aclara el problema sino que, al contrario, impide una
discusión abierta, que permita salir del círculo vicioso de las acusaciones
mutuas.
Pero las últimas décadas también fueron escenario de
un tercer enfoque, elaborado a partir de algunos resultados de investigaciones
sobre los factores que explican el rendimiento escolar, mediante el cual se
subestima significativamente el papel del docente. Según este enfoque, el
docente no es ni víctima ni culpable. Simplemente, es poco importante. Estos
estudios sostuvieron, implícita o explícitamente, que las estrategias de transformación
educativa debían otorgar la prioridad a factores distintos al docente: los
libros de texto, el equipamiento de las escuelas, el tiempo de aprendizaje, entre
otros. Como lo sostiene un reciente estudio acerca de las propuestas de reforma
educativa presentadas, por ejemplo, por el Banco Mundial, es sorprendente
constatar que de las seis principales líneas de cambio educativo postuladas por
el Banco, "ninguna de ellas se refiere a los maestros, a su selección,
formación, supervisión o participación en las reformas. Mientras el informe
dedica tres párrafos a la formación y a la selección de maestros como factores
de mejoramiento de la calidad, no otorga a esta opción un papel central entre
las líneas de reforma postuladas”. Si bien la validez de esta subestimación
puede ser discutida con respecto a las estrategias educativas del pasado, no
cabe duda alguna que no puede ser sostenida con respecto al futuro. En este
sentido, es importante recordar que el reciente informe de la Comisión Internacional
de la Educación para el siglo XXI, presidida por el Sr. Jacques Delors, define
como uno de los objetivos centrales para la educación del futuro, el aprender
a aprender. El logro de este objetivo supone un cambio muy importante en
las metodologías de enseñanza y en el papel del docente. Dicho sintéticamente,
el desarrollo de la capacidad de aprender implica tener amplias posibilidades
de contactos con docentes que actúen como guías, como modelos, como puntos de
referencia del proceso de aprendizaje. El actor central del proceso de
aprendizaje es el alumno. Pero la actividad del alumno requiere de una guía
experta y de un medio ambiente estimulante que solo el docente y la escuela
pueden ofrecer.
Las discusiones y las experiencias producidas en la
última década muestran, en síntesis, que ya no es posible movilizar a los
docentes con meros reconocimientos simbólicos, ni tampoco encerrarse en mutuas
acusaciones ni, por último, desconocer la importancia de su papel en el proceso
de aprendizaje. Las profundas transformaciones que sufre la sociedad obligan a
replantear estos enfoques y todo parece indicar que este debate, lejos de
atenuarse, asumirá un carácter más intenso en los próximos años.
En este debate subyacen varias tensiones que
adquieren significado e importancia diferentes según los contextos sociales,
económicos y culturales: la idea del docente como responsable de la formación
integral de la personalidad del alumno versus la idea del docente como
responsable del desarrollo cognitivo; el docente como transmisor de información
y de conocimientos ya elaborados versus el docente como guía experta del
proceso de construcción del conocimiento por parte del alumno; el docente como
profesional autónomo, creativo y responsable de los resultados de su trabajo
versus la idea del docente como un ejecutor de actividades diseñadas
externamente; el docente como un actor éticamente comprometido con la difusión
de determinados valores versus la idea del docente como un funcionario
burocrático que se desempeña en virtud de reglas formales claramente
establecidas. Los debates indican que estas tensiones son, como tales,
inevitables. Existe, sin embargo, un reconocimiento general de la necesidad de
fortalecer los aspectos ligados a la autonomía profesional y a la capacidad de
promover en los alumnos el desarrollo de capacidades de aprender a lo largo de
toda la vida. Este
papel, que deriva fundamentalmente de las teorías constructivistas del proceso
cognitivo, transforma al docente en un guía del proceso de aprendizaje,
concebido como proceso de construcción no sólo de conceptos científicos sino
también de valores y conceptos sociales y culturales.
Extraído de:
Profesionalización y Capacitación docenteJuan Carlos Tedesco
IIPE-BUENOS AIRES
SEDE REGIONAL DEL INSTITUTO INTERNACIONAL DE PLANEAMIENTO DE LA EDUCACIÓN
UNESCO
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