La argumentación que se repite una y otra vez es sencilla y,
por eso, sirve para efectos de propaganda:
a) en un mundo en competencia, la productividad es
determinante para la economía de los países,
b) la productividad depende de la calificación de la mano de
obra,
c) la calificación de la mano de obra depende de la calidad
de la educación escolar,
d) la calidad de la educación depende de los maestros.
Resultado: los
maestros son los culpables del atraso y las crisis económicas.
No exagero. Con algunas variantes, este es el razonamiento
que hacen muchos políticos, empresarios y líderes de opinión en México y en
Estados Unidos. El profesor Eric Hanushek, prestigiado investigador estadounidense
que ha tenido influencia determinante en las políticas educativas del gobierno
de ese país, afirma sin reservas: El
futuro económico de Estados Unidos depende crucialmente de la calidad de
nuestras escuelas, y añade: Los
logros de los estudiantes están directamente relacionados con la calidad de los
maestros. Ningún otro posible enfoque de las políticas escolares tiene la
efectividad que posee la política de contratar y retener buenos maestros.
Desde la época de Reagan hasta la fecha, el gobierno estadunidense ha asumido
íntegramente este postulado, lo reitera en multitud de discursos y ha
construido sus políticas educativas más importantes con la premisa de que los
profesores cargan con la culpa de los males del país.
En nuestro país, el organismo privado Mexicanos Primero
presentó hace unas semanas su estudio Brechas, en el que se describe muchas de
las fallas del sistema escolar mexicano. En esa ocasión, el presidente de ese
organismo culpó a la escuela no solamente de los problemas económicos, sino de
todos los problemas del país. Dijo: Las desafortunadas consecuencias sociales
de nuestros pobres resultados educativos son evidentes: empleo insuficiente,
baja remuneración y pobreza extendida; poca competitividad; inseguridad;
corrupción; una democracia puramente electoral, no participativa; manipulación
electorera; patrimonialismo y dependencia; abusos en materia de derechos
humanos; insalubridad; inequidad. Este organismo privado está patrocinado por
grandes capitales y empresarios, entre ellos Televisa. ¿Qué proponen para
resolver tan graves problemas? Meter en cintura a los maestros mexicanos, para
lo cual formulan un plan de acción. El director de Mexicanos Primero señaló
como meta central que cada niño tenga un gran maestro. Están siguiendo, al pie
de la letra, la narrativa de la derecha estadounidense.
Hoy sólo una ingenuidad extrema admite que el mundo
económico está constituido por países que compiten y triunfan en función de su
eficiencia. En realidad, por encima de los países, en el sistema económico actual quienes compiten y dominan el mundo son
grandes y medianos negocios industriales, comerciales y financieros, y
organismos internacionales a su servicio, que triunfan no precisamente por su
eficiencia y productividad, sino por su fuerza financiera y la aplicación de
prácticas comerciales de todo tipo, entre ellas acaparamiento, especulación,
engaños y fraudes.
En Estados Unidos, el Economic Policy Institute (EPI) ha
hecho un análisis de la infundada e injusta inculpación a las escuelas y los
maestros. En un artículo redactado por dos de sus investigadores, Lawrence
Mishel y Richard Rothstein, publicado en la revista The American
Prospect y titulado Las escuelas como chivos expiatorios, demuestra que en ese
país el empleo, la escolaridad, los salarios y la productividad se relacionan
de manera totalmente distinta a la que sostiene el juicio que se hace a las
escuelas y los maestros. Por ejemplo, de 1990 a 2006 la productividad en
Estados Unidos creció constantemente, apoyada por la misma fuerza de trabajo
que en 1990 había sido señalada como culpable de la pérdida de competitividad
frente a las empresas europeas y asiáticas, y culpable también de los bajos
salarios. Demuestra, asimismo, con abundantes cifras, que ese notable aumento
en la productividad no se vio reflejado en los salarios, los cuales se
estancaron, e incluso descendieron, a partir de 2001.
También es falsa, por su generalización, la afirmación de
que la productividad de las actividades económicas dependa de la calificación
de la mano de obra. En Estados Unidos el incremento en la productividad no fue
precedido por algún programa notable de formación de mano de obra. Asimismo,
resulta falso afirmar que hay una deficiente preparación de la mano de obra
para enfrentar los retos de los avances tecnológicos, pues las empresas
estadunidenses han movido muchas de sus plantas a regiones y países que sin
duda tienen una mano de obra menos calificada. Ponen como ejemplo a la
industria automotriz que ha trasladado sus plantas a México. Podríamos añadir
otros ejemplos, como el de la industria electrónica y muchas maquiladoras,
tanto estadunidenses como de otros países.
Igual que en México, en Estado Unidos los últimos años se ha
acentuado la concentración de los ingresos y la riqueza. En ese país,
en 1980 el uno por ciento de la población con más altos ingresos recibía 8 por
ciento del ingreso total, hoy recibe 20 por ciento. Ni en Estados Unidos ni en
México hace falta, como dicen algunos, hacer primero el pastel para después
repartirlo, ni es cierto que el deterioro de los ingresos de los trabajadores
obedezca a la inadecuación de sus competencias para el trabajo, pues el
desempleo alcanza con particular agudeza a los sectores calificados.
El diagnóstico que en Estados Unidos y en México culpa de
tantos males a las escuelas y los maestros es totalmente falso y busca, como
señalan los investigadores del EPI, desviar la atención que debería prestarse a
las políticas fallidas en cuanto a la honestidad de nuestros mercados de
capital, el rendimiento de cuentas de nuestras corporaciones, nuestras
políticas fiscales y la administración monetaria, nuestras inversiones
nacionales en investigación, desarrollo e infraestructura, y el juego limpio en
el sistema comercial. También los mexicanos de México Primero ahuyentan estos
cuestionamientos al sistema socioeconómico y político que los enriquece de
manera obscena, y nos apuran a aceptar que sólo la educación de calidad cambia
a México.
Autor
Manuel Pérez Rocha fue rector de la Universidad Autónoma
de la Ciudad de México (UACM) y escribe habitualmente en La Jornada
La Jornada, 30 de diciembre de 2010
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