Meso y largoplacismo
El primero de esos valores que permite a las personas
apropiarse de sí mismas, en vez de expropiarse, consiste en valorar proyectos
de medio y largo plazo, que es el tiempo humano. El regate corto, la decisión
improvisada, la maximización del beneficio en el momento presente en detrimento
del futuro, el disfrute del corto plazo sin pensar en el largo… no guardan
relación alguna con la capacidad humana de anticipar el futuro, de valorar
opciones contando con él, de crear nuevas posibilidades ganándole la mano al
futuro.
Decía Aristóteles con buen acuerdo que disfrutamos más con
aquellas actividades que exigen la mayor cantidad posible de facultades a poner
en juego. Es aburridísimo –por poner un ejemplo– jugar horas y horas al juego
de la oca, que no requiere sino tirar los dados. Mientras que el ajedrez exige
concentración, capacidad de anticipar jugadas, creatividad, intuición y reclama
largos entrenamientos. Cuanto más facultades se ponen en marcha, más felicitante
es la actividad, cuanto menos facultades se ejercitan, más insulsa acaba
siendo.
Es importante fomentar proyectos a medio y largo plazo,
proyectos con sentido. Como decía Nietzsche, los hombres buscamos más el
sentido que la
felicidad. Hasta el sufrimiento puede soportarse, si se le
encuentra un sentido. Es preciso recuperar ese sentido de los proyectos
vitales, tanto en el caso de los jóvenes como en el de los adultos, porque al
fin y al cabo, los jóvenes acaban imitando lo que ven en los adultos.
La libertad se dice
de muchas maneras
No hay individuos aislados. Por eso propongo, en principio,
en vez del individualismo de libertad negativa a secas, un personalismo de
libertad positiva. La libertad positiva no es la del perímetro en el que yo
actúo sin que nadie interfiera, sino que es la libertad de la participación en
la vida común.
Son estas tres formas de libertad las que realmente
empoderan a las personas, las que les llevan a enfrentar el futuro
creativamente, a estar en su pleno quicio y eficacia vital; las que permiten
construir juntos una sociedad en la que la gente podamos mirarnos directamente
a los ojos, en que nadie tenga tanta fuerza que pueda dominar a los otros, ni
nadie tan poca que sea dominado por los demás.
La ciudadanía del
consumidor
Ciertamente, la noción de ciudadanía es originariamente
política. Pero no es menos cierto que quien es ciudadano auténtico, no puede
dejar de serlo en lo económico: aquel al que “le hacen” la vida económica no es
su propio señor, junto con sus iguales, sino que es siervo, es vasallo. Por eso
he propuesto en otro lugar que los consumidores asumamos nuestra condición de ciudadanos
y hagamos uso de las mercancías desde nuestra libertad, desde el sentido de la
justicia y desde nuestros proyectos de felicidad. El ciudadano no puede ponerse
al servicio de los productos del mercado, sino que ha de servirse de ellos para
apropiarse de sus mejores posibilidades vitales. Por eso, es preciso propiciar
no solo un comercio justo sino también un consumo libre, justo, responsable y
felicitante.
No se debe exigir
ningún derecho sin estar dispuesto a exigirlo para todos los demás
Frente a la idea de la ética indolora, importa potenciar la
idea de que no se debe exigir un derecho que no se esté dispuesto a exigir para
los demás. Extendiendo la formulación kantiana del imperativo categórico “obra
de tal manera que quieras que la máxima de tu acción se convierta en ley
universal”, convendría afirmar que quien desee exigir un derecho, debe estar
dispuesto a exigirlo universalmente. La fórmula sería entonces: “exige para ti
aquellos derechos que estés también dispuesto a exigir para los demás, y nunca
reclames un derecho en el que no estés dispuesto a asumir tu cuota de
responsabilidad”.En una ocasión, en la ciudad mexicana de Puebla participé en un congreso cuyo rótulo era “Crisis del futuro humano y pérdida de la interioridad”. Y creo que era un título muy adecuado a la realidad, porque hemos perdido la capacidad de reflexionar y, con ella, la capacidad de hacer, como decían los estoicos, examen de conciencia. “Examen de conciencia” significaba –y significa– pensar en la propia vida y preguntarse si al fin y al cabo se es realmente feliz o no, qué se está haciendo con la propia existencia, si a fin de cuentas llevamos el tipo de vida que nos gustaría llevar o si más bien son otros los que están escribiendo el guión de nuestra novela. Sin esa autorreflexión mal podemos apropiarnos de nosotros mismos y de nuestras mejores posibilidades, estamos en continuo estado de expropiación.
La autoestima
La autoestima es un gran valor, qué duda cabe. Como bien
decía John Rawls, es uno de los bienes básicos, que cualquier persona desearía
tener para llevar adelante su vida. Sin autoestima una persona apenas tiene
fuerzas para enfrentar los retos vitales, para proyectar, para crear. De forma
tal, que las sociedades que deseen ser justas, han de poner las bases sociales
para que las personas puedan estimarse a sí mismas.
Evidentemente, la autoestima no es sobre-estima: quien se
esfuerza por demostrar su superioridad sobre los demás constantemente, carece
de la elemental autoestima razonable, que es a lo más que pueden aspirar las
personas, limitadas todas a fin de cuentas. Este es un capítulo central en el
consumo competitivo de drogas, cuando el consumidor quiere demostrar su
superioridad. Fomentar la autoestima responsable es una clave imprescindible.
Sociabilidad
El gregarismo es un mal consejero. Mostraba Aristóteles en
el libro I de la Política cómo el hombre es un animal social, a diferencia de
los animales, que solo son animales gregarios. Los animales son solo gregarios
–decía– porque solo tienen voz, que les sirve para expresar el placer y el
dolor. Sin embargo, los hombres son sociales porque tienen también lógos,
palabra. Y la palabra es la que nos sirve para deliberar conjuntamente sobre lo
justo y lo injusto, sobre el bien y sobre el mal.
Es social, pues, el que tiene la capacidad para reunirse con
las demás personas y deliberar con ellas sobre lo justo y lo injusto, lo bueno
y lo malo. Y añadía Aristóteles: “Eso es la casa y eso es la ciudad”. La casa,
la comunidad doméstica y la comunidad política son el conjunto de personas que
deliberan conjuntamente sobre lo justo y lo injusto, no el gregarismo del
animal del rebaño.
Reforzar los vínculos familiares (“la casa”) es central para
cualquier ser humano y sobre todo para los jóvenes y los mayores, que son los
grupos más débiles y vulnerables. La familia responsable sigue siendo una
auténtica red de protección.
Reforzar el vínculo
que nos une
Los seres humanos llegamos a reconocernos como personas,
porque otros nos reconocen como tales. Al fin y al cabo, el niño sabe que es
una persona, porque sus padres, sus maestros, sus amigos lo reconocen como
persona. No existe un individuo abstracto: existe la persona en sociedad, que
se sabe persona, porque otros la han reconocido como tal y ella misma es capaz
de reconocer a los otros.
La categoría básica real de nuestras sociedades no es,
entonces, el individuo sino el reconocimiento recíproco de sujetos, la intersubjetividad. Como
bien decía Hegel, la categoría básica de la sociedad no es el individuo, sino
sujetos que se reconocen como personas, que ya están vinculados entre sí.
Aprender a degustar los vínculos que nos unen, es entrar en el camino de una
ciudadanía realista y proactiva, capaz de construir su autonomía en solidaridad
con los que son sus iguales.
Extraído de
Los valores de una ciudadanía activaAdela Cortina
En
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores
No hay comentarios:
Publicar un comentario