jueves, 28 de marzo de 2013

Valores proactivos democráticos ¿Qué hacer desde las escuelas?

En la provincia de San Luis vivimos una democracia de baja calidad, instituciones políticas manejadas por el clientelismo, gobierno provincial personalista, participación limitada a emitir un voto, instituciones comunitarias vaciadas, reino de una “cultura del miedo”, muy relacionada con la televisión, naturalización de privilegios, etc ¿Qué hacer desde las escuelas? Defender los valores que ayudan a la democracia ¿Cuáles? Los siguientes párrafos se abocan a ellos. 



Meso y largoplacismo
El primero de esos valores que permite a las personas apropiarse de sí mismas, en vez de expropiarse, consiste en valorar proyectos de medio y largo plazo, que es el tiempo humano. El regate corto, la decisión improvisada, la maximización del beneficio en el momento presente en detrimento del futuro, el disfrute del corto plazo sin pensar en el largo… no guardan relación alguna con la capacidad humana de anticipar el futuro, de valorar opciones contando con él, de crear nuevas posibilidades ganándole la mano al futuro.



Decía Aristóteles con buen acuerdo que disfrutamos más con aquellas actividades que exigen la mayor cantidad posible de facultades a poner en juego. Es aburridísimo –por poner un ejemplo– jugar horas y horas al juego de la oca, que no requiere sino tirar los dados. Mientras que el ajedrez exige concentración, capacidad de anticipar jugadas, creatividad, intuición y reclama largos entrenamientos. Cuanto más facultades se ponen en marcha, más felicitante es la actividad, cuanto menos facultades se ejercitan, más insulsa acaba siendo.



Es importante fomentar proyectos a medio y largo plazo, proyectos con sentido. Como decía Nietzsche, los hombres buscamos más el sentido que la felicidad. Hasta el sufrimiento puede soportarse, si se le encuentra un sentido. Es preciso recuperar ese sentido de los proyectos vitales, tanto en el caso de los jóvenes como en el de los adultos, porque al fin y al cabo, los jóvenes acaban imitando lo que ven en los adultos.



La libertad se dice de muchas maneras
No hay individuos aislados. Por eso propongo, en principio, en vez del individualismo de libertad negativa a secas, un personalismo de libertad positiva. La libertad positiva no es la del perímetro en el que yo actúo sin que nadie interfiera, sino que es la libertad de la participación en la vida común.


En la Atenas clásica eran ciudadanos los que tenían el derecho a participar activamente en las decisiones y ser libre era tener derecho a participar. Hoy día esta idea parece desfasada, porque se aprecia más la libertad entendida como independencia, como tener un ámbito en el que hago lo que quiero, sin que nadie interfiera. Queda fuera de este concepto la libertad entendida como participación, que acabamos de mencionar. Pero también queda fuera de él la libertad entendida como autonomía, que implica que yo soy la dueña de mi vida, la que escribe su propia novela. Y también la libertad entendida como no dominación de unos sobre otros.



Son estas tres formas de libertad las que realmente empoderan a las personas, las que les llevan a enfrentar el futuro creativamente, a estar en su pleno quicio y eficacia vital; las que permiten construir juntos una sociedad en la que la gente podamos mirarnos directamente a los ojos, en que nadie tenga tanta fuerza que pueda dominar a los otros, ni nadie tan poca que sea dominado por los demás.

La ciudadanía del consumidor
Ciertamente, la noción de ciudadanía es originariamente política. Pero no es menos cierto que quien es ciudadano auténtico, no puede dejar de serlo en lo económico: aquel al que “le hacen” la vida económica no es su propio señor, junto con sus iguales, sino que es siervo, es vasallo. Por eso he propuesto en otro lugar que los consumidores asumamos nuestra condición de ciudadanos y hagamos uso de las mercancías desde nuestra libertad, desde el sentido de la justicia y desde nuestros proyectos de felicidad. El ciudadano no puede ponerse al servicio de los productos del mercado, sino que ha de servirse de ellos para apropiarse de sus mejores posibilidades vitales. Por eso, es preciso propiciar no solo un comercio justo sino también un consumo libre, justo, responsable y felicitante.



No se debe exigir ningún derecho sin estar dispuesto a exigirlo para todos los demás
Frente a la idea de la ética indolora, importa potenciar la idea de que no se debe exigir un derecho que no se esté dispuesto a exigir para los demás. Extendiendo la formulación kantiana del imperativo categórico “obra de tal manera que quieras que la máxima de tu acción se convierta en ley universal”, convendría afirmar que quien desee exigir un derecho, debe estar dispuesto a exigirlo universalmente. La fórmula sería entonces: “exige para ti aquellos derechos que estés también dispuesto a exigir para los demás, y nunca reclames un derecho en el que no estés dispuesto a asumir tu cuota de responsabilidad”.


Recuperar la interioridad
En una ocasión, en la ciudad mexicana de Puebla participé en un congreso cuyo rótulo era “Crisis del futuro humano y pérdida de la interioridad”. Y creo que era un título muy adecuado a la realidad, porque hemos perdido la capacidad de reflexionar y, con ella, la capacidad de hacer, como decían los estoicos, examen de conciencia. “Examen de conciencia” significaba –y significa– pensar en la propia vida y preguntarse si al fin y al cabo se es realmente feliz o no, qué se está haciendo con la propia existencia, si a fin de cuentas llevamos el tipo de vida que nos gustaría llevar o si más bien son otros los que están escribiendo el guión de nuestra novela. Sin esa autorreflexión mal podemos apropiarnos de nosotros mismos y de nuestras mejores posibilidades, estamos en continuo estado de expropiación.



La autoestima
La autoestima es un gran valor, qué duda cabe. Como bien decía John Rawls, es uno de los bienes básicos, que cualquier persona desearía tener para llevar adelante su vida. Sin autoestima una persona apenas tiene fuerzas para enfrentar los retos vitales, para proyectar, para crear. De forma tal, que las sociedades que deseen ser justas, han de poner las bases sociales para que las personas puedan estimarse a sí mismas.

Evidentemente, la autoestima no es sobre-estima: quien se esfuerza por demostrar su superioridad sobre los demás constantemente, carece de la elemental autoestima razonable, que es a lo más que pueden aspirar las personas, limitadas todas a fin de cuentas. Este es un capítulo central en el consumo competitivo de drogas, cuando el consumidor quiere demostrar su superioridad. Fomentar la autoestima responsable es una clave imprescindible.

Sociabilidad
El gregarismo es un mal consejero. Mostraba Aristóteles en el libro I de la Política cómo el hombre es un animal social, a diferencia de los animales, que solo son animales gregarios. Los animales son solo gregarios –decía– porque solo tienen voz, que les sirve para expresar el placer y el dolor. Sin embargo, los hombres son sociales porque tienen también lógos, palabra. Y la palabra es la que nos sirve para deliberar conjuntamente sobre lo justo y lo injusto, sobre el bien y sobre el mal.


Es social, pues, el que tiene la capacidad para reunirse con las demás personas y deliberar con ellas sobre lo justo y lo injusto, lo bueno y lo malo. Y añadía Aristóteles: “Eso es la casa y eso es la ciudad”. La casa, la comunidad doméstica y la comunidad política son el conjunto de personas que deliberan conjuntamente sobre lo justo y lo injusto, no el gregarismo del animal del rebaño.



Reforzar los vínculos familiares (“la casa”) es central para cualquier ser humano y sobre todo para los jóvenes y los mayores, que son los grupos más débiles y vulnerables. La familia responsable sigue siendo una auténtica red de protección.


Reforzar el vínculo que nos une
Los seres humanos llegamos a reconocernos como personas, porque otros nos reconocen como tales. Al fin y al cabo, el niño sabe que es una persona, porque sus padres, sus maestros, sus amigos lo reconocen como persona. No existe un individuo abstracto: existe la persona en sociedad, que se sabe persona, porque otros la han reconocido como tal y ella misma es capaz de reconocer a los otros.



La categoría básica real de nuestras sociedades no es, entonces, el individuo sino el reconocimiento recíproco de sujetos, la intersubjetividad. Como bien decía Hegel, la categoría básica de la sociedad no es el individuo, sino sujetos que se reconocen como personas, que ya están vinculados entre sí. Aprender a degustar los vínculos que nos unen, es entrar en el camino de una ciudadanía realista y proactiva, capaz de construir su autonomía en solidaridad con los que son sus iguales.





Extraído de
Los valores de una ciudadanía activa
Adela Cortina
En
EDUCACIÓN, VALORES Y CIUDADANÍA
Bernardo Toro y Alicia Tallone
Coordinadores









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