No transcurre un
solo día sin que los que publican sus opiniones, opinen sobre la educación
pública. Ocurre lo contrario con la llamada opinión pública, cuyas
opiniones acerca de la educación casi nunca ganan notoriedad ni, mucho menos,
alguien interesado en publicarlas.
Es fácil observar que casi la totalidad de las
opiniones que se publican sobre el estado de la educación suelen ser
condenatorias y altamente críticas. Resulta sintomático que esto ocurre no sólo
en los países menos desarrollados, sino también en algunos que suelen ser
puestos como ejemplos o modelos a seguir en materia educativa. Básicamente, de
la escuela pública se habla mal en cualquier lugar del planeta. A ella siempre
le falta algo que nunca tuvo o, en el mejor de los casos, algo que ha perdido
con el paso del tiempo y como consecuencia de la irresponsabilidad o la
incompetencia del profesorado. Las noticias sobre educación son, casi sin
excepción, malas noticias. No deja de ser cierto que esta es una característica
inherente del periodismo. Generalmente, todas las noticias son malas noticias.
Lo que llama la atención en el caso de la educación pública, es la unanimidad
de visiones negativas que esgrimen y difunden a su respectoopinadores de
los más diversos orígenes y signos políticos. Todos parecen partir de la
premisa de que las cosas en la educación andan bastante mal y, seguramente, van
a empeorar con el correr de los años. El debate, cuando existe (y casi nunca
existe), se concentra en ligeros altercados acerca de cuáles son las recetas o
fórmulas que permitirían superar esta crisis.
En suma, si algo funciona mal hay que arreglarlo y,
para hacerlo, es necesario preguntarle a los que saben, no a la gente común que
aparentemente no sabe nada. Los que “saben”, los que están informados, los que
conocen y pueden aportarnos ingeniosas soluciones a la estructural decadencia
de la educación, suelen ser hombres de negocios, políticos exitosos y casi
siempre conservadores, especialistas en tendencias globales y mercados de
trabajo competitivos, formadores de opinión con opinión deformada y, en algunas
ocasiones, especialistas en temas educativos que abominan el trabajo que hacen
los docentes en las escuelas públicas y exaltan hasta el paroxismo las virtudes
de la educación privada.
Por tal motivo, es auspiciosa la publicación de los
resultados de la encuesta de opinión y expectativas acerca de la educación
latinoamericana llevada a cabo por Latinobarómetro a solicitud de la
Organización de Estados Iberoamericanos (OEI).
Los méritos del estudio, basado en más de 20 mil
entrevistas realizadas en 18 países del continente, son significativos. Por un
lado, aporta numerosos indicadores acerca de una percepción social sobre la
educación que contrasta con el sentido común ofensivo y despectivo hacia la
escuela pública que suelen transmitir los que opinan públicamente sobre asuntos
educativos. Como afirmábamos en este mismo periódico hace pocos días, la
opinión pública no puede ser confundida con la opinión publicada.
Por otro lado, esta encuesta es parte del proceso
de acompañamiento y evaluación del proyecto Metas Educativa 2021, un ambicioso
compromiso asumido por los países iberoamericanos y sintetizado en una decena
de grandes objetivos destinados a hacer de la educación un derecho efectivo en
toda la región. Las Metas fueron asumidas como una responsabilidad común por
los primeros mandatarios de todos las naciones participantes en la Cumbre
Iberoamericana de Mar del Plata, dos años atrás, constituyendo un
importantísimo logro político del equipo liderado por Álvaro Marchesi en la
OEI. No es poca cosa que, en el marco de este acuerdo, se haya decidido saber
qué opinan las sociedades latinoamericanas de su propia educación, asumiendo
los riesgos del caso.
El estudio de la OEI muestra que Latinoamérica
tiene una visión cautelosa acerca de la calidad de la educación pública. En una
escala de 1 a 10, el promedio regional es 5,8. ¿La escuela pública funciona
excelentemente bien? No, indican los encuestados. ¿Es el desastre que suelen
contarnos acerca de ella? Tampoco. En suma, cualquier triunfalismo o derrotismo
respecto a la escuela debe ser matizado. Las sociedades latinoamericanas
parecen aceptar que la escuela no pasa por su mejor momento. Sin embargo, no
por esto afirman que ella es el esperpento que suelen reflejar quienes la
describen públicamente.
Este dato es especialmente relevante cuando se lo
compara con la opinión acerca de la educación privada, cuya nota promedio es
6,6. Una percepción mejor que la atribuida a la educación pública, pero tampoco
lo suficientemente amplia como para justificar los elogios encendidos que los
formadores de opinión esgrimen cuando se trata de condenar lo público y exaltar
el mercado como promesa de eficiencia e ideal de justicia y libertad. Por
decirlo de una forma más clara, la escuela parece estar lejos de las
expectativas que la población tiene de ella, sea pública o privada. La gente
común, esa que opina por intermedio de las encuestas porque no tiene otros
espacios desde donde hacerlo, considera que la educación debería mejorar. Entre
tanto, no parece aceptar de buen grado la criminalización de la escuela pública
y la exaltación de los supuestos méritos de la escuela privada que tanto
pregonan los que hablan en su nombre. Constituye un grave error suponer que
porque la opinión pública latinoamericana no es “formadora de opinión”, carece
de opinión formada.
En efecto, la encuesta de la OEI contribuye a poner
en evidencia la limitada influencia que la opinión publicada suele tener sobre
la opinión pública.
Para entender mejor el asunto, le pedí a un amigo
matemático que me ayudara a calcular hasta qué punto las opiniones publicadas
acerca de la educación influencian potencialmente en la opinión que las personas
tienen sobre la escuela pública. O sea, considerando que, hipotéticamente, cada
cinco opiniones publicadas cuatro son favorables a la escuela privada y una a
la escuela pública, ¿cuál debería ser la diferencia de percepción entre una y
otra si la influencia de los que opinan a favor de la educación privada fuera
totalmente efectiva? Si la crítica a la escuela pública tuviera un impacto
directo y lineal en la percepción de las personas tienen cuando evalúan la
educación privada, ésta debería haber obtenido una nota entre 8,9 y 9,3, no de
6,6. Así, la diferencia entre la evaluación de una y otra hubiera llegado a 3,5
puntos, mientras que en la encuesta realizada es cuatro veces menor: 0,77.
Los formadores de opinión que militan contra la
educación pública deberían darse por enterados. A pesar de todo su arsenal de
burlas y desprecios hacia la escuela de las grandes mayorías, su capacidad de
convencimiento o de reclutamiento de la gente común, parece bastante limitada.
Dos conclusiones pueden derivarse de esta encuesta.
Por un lado, la escuela pública no es tan mala ni la privada tan buena como se
las pintan. Por otro, la gente no le cree demasiado a los que opinan
públicamente en su nombre.
Como quiera que sea, y más allá de las semejanzas y
diferencias entre los países, no hay dudas que, desde el punto de vista de la
opinión pública, hay mucho por mejorar aún en la educación. No se trata de una
mala noticia. Después de todo, una sociedad exigente con sus derechos es un
síntoma de crecimiento democrático.
Así mismo, y a contrapelo de la opinión publicada,
la opinión pública cree que la educación va a mejorar en los próximos años. Y
no porque se vaya a privatizar. En efecto, 51% de los latinoamericanos
considera que la escuela pública va a cambiar positivamente en la próxima
década. Sólo 10% cree que empeorará.
Un aspecto destacado del estudio de la OEI se refiere a las medidas prioritarias para mejorar la calidad educativa en Latinoamérica: 45% sostiene que ellas dependen de una mejoría en las instalaciones físicas de las escuelas. Se trata de una opinión bastante en sintonía con la opinión publicada: las escuelas públicas son peores que las privadas porque sus condiciones de infraestructura son también peores. La interpretación no se sustenta con la investigación educativa disponible. Las condiciones materiales de las escuelas son, sin lugar a dudas, importantes, pero no determinantes en la calidad de la educación. Un buen ejemplo de esto es Cuba, un país con limitadas condiciones de infraestructura escolar, pero con la mejor calidad de aprendizajes en el continente.
Un aspecto destacado del estudio de la OEI se refiere a las medidas prioritarias para mejorar la calidad educativa en Latinoamérica: 45% sostiene que ellas dependen de una mejoría en las instalaciones físicas de las escuelas. Se trata de una opinión bastante en sintonía con la opinión publicada: las escuelas públicas son peores que las privadas porque sus condiciones de infraestructura son también peores. La interpretación no se sustenta con la investigación educativa disponible. Las condiciones materiales de las escuelas son, sin lugar a dudas, importantes, pero no determinantes en la calidad de la educación. Un buen ejemplo de esto es Cuba, un país con limitadas condiciones de infraestructura escolar, pero con la mejor calidad de aprendizajes en el continente.
La segunda acción que debería llevarse a cabo para
mejorar la calidad de la educación es la formación del profesorado. Cuestión
que gana mayor relevancia asociada a la tercera medida indicada por los
encuestados: mejorar los salarios docentes. Una propuesta que posee gran
adhesión en países como Brasil, Nicaragua, República Dominicana, Venezuela y
Argentina. Así mismo, 77% de los encuestados considera bueno o muy bueno el
conocimiento que el profesorado tiene sobre los contenidos que debe enseñar;
71% afirma que es buena o muy buena su capacidad de enseñanza; y 65% tiene una
opinión positiva sobre la frecuencia con que los docentes dictan sus clases. La
permanente crítica que se cierne sobre el profesorado parece contrastar con una
opinión pública que lo valoriza y reconoce.
Vale destacar que, aunque la encuesta no incluyó
España, esta visión positiva del profesorado y de la educación pública también
caracteriza a la sociedad española. Un estudio revelado recientemente por este
periódico muestra que la enseñanza pública es la segunda institución más
confiable del país, después de los médicos. Los bancos y los partidos
políticos figuran en último lugar, la Iglesia Católica en décimo. A pesar de
todo lo que se machaca contra la escuela pública y el profesorado, las sociedades
parecen mas cautelosas y, especialmente, respetuosas del trabajo que realizan
los centros educativos.
La encuesta de la OEI tuvo una amplia difusión en
Latinoamérica, aunque buena parte de los periódicos y las agencias de
información destacaron su lado negativo y crítico. Diversos medios aprovecharon
la oportunidad para hacer irrelevantes listas comparativas, ocultando o
silenciando datos significativos y, especialmente, esperanzadores. Una
tendencia que refuerza las observaciones aquí realizadas y que nos alerta sobre
la necesidad de no confundir la opinión de la gente común con la de aquellos
que opinan en su nombre. También, sobre la importancia de mirar a la escuela
pública con un poco más de respeto.
La opinión pública y la publicación de opiniones
son territorios en disputa. Reconocer los méritos que la sociedad identifica en
la escuela pública no significa que debamos conformarnos con el estado actual
de nuestros sistemas escolares ni, mucho menos, jactarnos de conquistas
democráticas que aún no hemos alcanzado. El derecho a una escuela pública de
calidad es aún una deuda pendiente en casi toda América Latina. Sin embargo,
debemos evitar que la crítica democrática a un aparato estatal que ha
demostrado ser ineficiente y casi siempre reactivo a los derechos ciudadanos,
no se confunda con el canto de sirenas que entonan los que hacen de la crítica
a la educación una coartada para la privatización de la escuela pública. En
Latinoamérica han habido avances políticos significativos y así parecen
reconocerlo quienes responden esta encuesta. Avances que abren una perspectiva
de esperanzas y anhelos. En definitiva, nunca está demás destacar que en esa
escuela pública de todos los días, con sus limitaciones y condicionalidades,
pero con un enorme potencial democrático, se teje el destino de nuestros
países.
Por: Pablo
Gentili
Tomado
de: http://blogs.elpais.com/contrapuntos/2012/09/la-educacion-publica-no-tiene-quien-le-escriba.html
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