En 2003, Juan
Carlos Tedesco, entonces director del Instituto Internacional de Planeamiento
de la Educación, afirmó que los pilares de la educación del futuro eran dos.
“El primer reto, que se resume en el postulado aprender a aprender, hace
referencia a los desafíos educativos desde el punto de vista del desarrollo
cognitivo. El segundo reto, aprender a vivir juntos, comprende los desafíos
relativos a la consecución de un orden social en el que podamos vivir
cohesionados, pero manteniendo nuestra identidad como diferentes”.
Cinco años después,
ya como Ministro de Educación en la Argentina, afirmaba en una entrevista: “Las
reformas de los años 90 y las más recientes están dejando enormes enseñanzas.
La educación en América Latina se ha expandido mucho, pero tenemos muy serios
problemas de calidad. Se acabó la etapa de expansión fácil que rigió en las
últimas décadas. Hoy, para seguir creciendo, hay que mejorar la calidad. Si no
mejoramos las formas de enseñanza y aprendizaje, por más que hagamos todo lo
demás, esto no va a funcionar”.
Hoy, en Bolivia, no
hablamos de educación. Como si no tuviera nada que ver con ese contradictorio y
precario proyecto de país implícito en la Constitución para, entre otras cosas,
contribuir a construirlo con algo menos de inconsistencia. O como si no tuviera
nada que ver con el presente, con los desafíos de la convivencia. Como si fuera
ajena a las urgentísimas tareas de la productividad. Como si la responsabilidad
ética de tomar decisiones estuviera en manos exclusivamente de un Estado cada
vez más autoritario, y no bajo la acción del consenso social.
Definitivamente, no
hablamos de educación. Hablamos todos los días de las urgencias populistas, de
las carencias del desarrollo humano, de la pobreza abrumadora, de la tiranía
que prohíbe libros y cuerpos. No hablamos de educación porque el Estado no sabe
de democracia, no sabe de desarrollo. Y, sobre todo, porque no sabe de servicio
público.
Por eso, cuando se
publica alguna noticia sobre educación, es apenas una noticia. Porque no solo
el Estado no sabe de educación; la sociedad tampoco. Ya se ha contaminado de
las urgencias, de los espectáculos, de los escándalos, de las corruptelas. De
ahí que los medios publiquen alguna noticia cada muerte de obispo, pero ninguna
reflexión regular sobre la educación: ese asunto sustantivo para saber
convivir, poder construir y realizar los sueños del bien común.
Por: Guillermo Mariaca
Tomado de:
http://www.opinion.com.bo/opinion/articulos/2016/0724/noticias.php?id=195726
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