En la actualidad nos encontramos insertos en un mundo unipolar, afectado por grandes cambios de orden tecnológico que afectan las costumbres y las relaciones interpersonales. Ante esa realidad, ¿qué posición adopta el sistema educativo?, ¿están las escuelas a la altura que las circunstancias exigen?, ¿cómo responde a las demandas de la sociedad?, ¿ayuda a democratizar el orden social, o mas bien lo legitima, lo conserva?
El sistema social, debido a las transformaciones en las comunicaciones y en la robótica, ha aumentado fuertemente su tendencia a la exclusión, con enormes cantidad de personas quedando fuera del sistema, y a su vez hizo crecer la demanda de capacitación, provocando una mayor competencia por el acceso a los bienes culturales.
Esa mayor competencia provocó a su vez una devaluación de las credenciales que el sistema educativo otorga, en especial las del sistema educativo provincial. Es evidente que el título secundario cayó en un severo desprestigio.
Ante esta situación, ¿qué sucede con nuestras escuelas?, en primera instancia es posible caracterizarlas como un conjunto de barcos que no tienen rumbos muy definidos, con escasos puentes de comunicación con el Nivel Central de Conducción, con otras escuelas, con la familia y con la comunidad en general, en definitiva, no tienen apariencia de formar una flota.
La falta de comunicación con el nivel central crea una sensación de anomia y desinterés por parte de las autoridades educativas, lo que sería subsanado en buena parte con la puesta en funciones de los supervisores. Solo se recibe como aporte, el dictado de algunos cursos de perfeccionamiento que tienen bajo o nulo impacto.
Continuando con la carencia de supervisores, eso hace patente la falta de una mirada externa a cada institución, que permita descubrir debilidades y fortalezas, que ayude a estimular la autoevaluación y fijar rumbos claros en cada escuela.
En lo referente a las relaciones entre escuelas, resulta evidente que no se logró superar el tradicional aislamiento en pro de una tarea más compartida, a partir de los logros obtenidos por alguna innovación aplicada.
Puertas adentro, la falta de un proyecto educativo institucional consensuado, lleva a una falta de transparencia de las acciones.
La incomunicación con la familia, vivida por los docentes como un desinterés de parte de estas, crea una problemática más severa en un doble sentido, primero como falta de componentes para democratizar la escuela, y segundo por la ausencia de un “currículo del hogar” (hábitos de lectura, actitud crítica frente a la TV, hábitos de estudio, liderazgos democráticos familiares etc.).
La relación con la comunidad está signada por el desprestigio de la institución escolar, y la falta de valoración de los aprendizajes (“lo mismo un burro que un gran profesor”).
Estas razones, entre otras han creado un clima de malestar docente, que incluye insatisfacciones sobre la retribución material, y sobre las condiciones de trabajo que hace imposible avanzar hacia una situación de calidad educativa (situación que tiende a empeorar, llegando a situaciones muy difíciles con alumnos de más de 12 años).
Todo esto se da en un marco de ingentes inversiones en infraestructura edilicia y dificultades por la mala calidad de la obra pública.
Mientras que, desde una óptica sociológica nos encontramos con un sistema inequitativo, que reproduce las diferencias sociales, y con baja calidad educativa (aun comparado con el sistema nacional). Las escuelas operan más como guarderías que como centros distribuidor de conocimientos.
En síntesis, estamos frente a un problema que debe ser afrontado por la sociedad toda, debiendo el nivel central de conducción resignar su posición de “solucionador”, adoptando políticas que estimulen a todos los sectores de la población a contribuir a una mejoría y reconversión del sistema.
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